domingo, 17 noviembre 2024
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Mayores y cultura, no solo una cuestión de envejecimiento activo y saludable

Parece una obviedad, pero el colectivo sénior consume actividades culturales más allá de los efectos beneficiosos para su salud. Hablamos de su importancia, de los hábitos y condicionantes de los sénior y de qué puede incentivar su participación
La cultura nos rodea, no podemos abstraernos a sus estímulos. Quien más y quien menos consume y participa de ella. Una película, un libro, un videojuego, un programa de televisión, una exposición, un concierto, un curso de cocina… todo es cultura, desde la cultura popular a la alta cultura, desde las artes canónicas a otras disciplinas más modernas
Sin embargo, no siempre la disfrutamos de igual modo a lo largo de la vida, ya que aspectos como la edad o etapas vitales como la jubilación pueden influir en cómo las consumimos e incluso en la manera de percibirlas y de participar.
Aparte de los aspectos positivos que tiene el consumo de cultura para el envejecimiento activo y saludable de cualquier persona, este tipo de actividades pueden fortalecer el sentido de identidad personal, preservando y transmitiendo conocimientos, o adquiriendo nuevos propósitos en etapas especiales como la jubilación.
“Cuando hablamos de consumo de cultura es importante tener en cuenta que existen diferentes formas, todas ellas beneficiosas para las personas mayores”, matiza la psicóloga sanitaria, experta en psicoterapia para adultos y psicogerontología, y vicepresidenta de la Asociación Española de Psicogerontología (AEPG), Carina Cinalli Ramírez. Se podría diferenciar, por ejemplo, entre “asistir a eventos (ir al cine, teatro, museo…), consumirla a través de medios (lectura, televisión…) o practicarla de forma activa (participar en una coral, en un grupo de teatros, cuentacuentos, tocar un instrumento…)”, y todas estas prácticas puede ser beneficiosas para “el desarrollo y crecimiento personal”, y también para afrontar “eventos vitales que impacten negativamente en la vida de una persona”. 
Cinalli Ramírez destaca que este consumo cultural puede mejorar la interacción social, la introspección, la relajación, la reminiscencia espontánea o la nexpresión emocional, además de aumentar las reservas cognitivas. En la etapa de la vejez, precisa la experta, “cobra especial relevancia la generatividad como fuente de bienestar, esto significa: el interés en dejar una contribución al mundo, un legado simbólico”. En muchos casos, comenta la experta, la participación activa se combina con el voluntariado, “y esto tiene un gran impacto en la salud emocional de las personas mayores, ya que permite la utilización del tiempo de una manera significativa y gratificante”. 
Para María Gómez Quevedo, directora de Cultura del Centro Botín, la actividad cultural “es esencial si se desea tener una vida plena”. Además de los beneficios mencionados hasta ahora, Gómez Quevedo añade que consumir cultura “permite disfrutar y emocionarse, ayuda a socializar, a ser más feliz y contribuye a una mejor salud mental”. 
Precisamente, se ha estudiado el impacto de la cultura y el ocio en la felicidad en las personas. Antaño, muchos trabajos asociaban la felicidad con la búsqueda del bienestar material y dentro de una visión marcadamente utilitaria de la economía –más renta o PIB per cápita, más satisfacción o felicidad–. Sin embargo, según la llamada ‘paradoja de Easterlin’, el propio investigador Richard Easterlin demostró, en 1974 –y otras investigaciones recientes respaldan su vigencia–, que a largo plazo no había diferencias significativas entre el nivel de felicidad percibida en los países más ricos y en los menos ricos. 
Según se apunta en un artículo del informe de 2018 titulado Participación cultural y bienestar ¿Qué nos dicen los datos?, del Observatorio Social de la Caixa, “la evidencia empírica ha puesto de manifiesto el efecto positivo de las actividades culturales y de ocio en la felicidad y el bienestar: así, por ejemplo, ver la televisión, ir al cine, escuchar música o leer libros tienen un efecto positivo en la felicidad de las personas”. Son conclusiones que el artículo extrae del estudio How do cultural activities influence happiness? (Ateca-Amestoy, 2016) que, pese a no incluir datos de España, hace referencia a una treintena de países de todo el mundo.
Otro texto de Fujiwara y MacKerron de 2015 incluso ha desarrollado un ranking de actividades culturales con mayor impacto positivo. Así, algunas de las prácticas que aumentan la felicidad son el teatro, la danza y los conciertos, además de cantar o actuar, acudir a exposiciones, hacer manualidades o escuchar música y leer.
La cultura, también a edades avanzadas, guarda relación con la creatividad. El sociólogo y presidente de la asociación Cultura Sénior, Blas Esteban Barranco, aporta una cita de Fabiola Gianotti –directora de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN)– a este respecto: “Las creaciones culturales y la actividad científica son manifestaciones de una misma cosa: la creatividad y la curiosidad de la humanidad”.
En la misma línea, la periodista y la jefa de contenidos de Cultura Inquieta, Silvia García Díaz, opina que la cultura y el arte, para todas las personas, “significa sentirse vivo y parte de algo”, y “nos otorga identidad, autoestima y creatividad”. Este tipo de actividades, continúa García, y en particular para el colectivo sénior, “significa ser también visibles, un antídoto para la soledad, en muchos casos, y una válvula para realizar nuevas conexiones, para tener esperanza y nuevos propósitos vitales”.
LOS HÁBITOS
La cultura se puede disfrutar a cualquier edad, sin embargo, su consumo desciende a determinadas franjas etarias. Según la Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales en España 2021-2022, que elabora el Ministerio de Cultura, las personas mayores de 65 años son el colectivo que menos visita los museos, las exposiciones y las galerías de arte. No solo eso, la mayoría de prácticas culturales –a excepción de la ópera, la zarzuela, los conciertos de música clásica o los espectáculos taurinos– bajan a partir de esa edad, también en hábitos como la lectura.
Al tratarse de datos del ministerio que corresponden al año inmediatamente posterior a la pandemia de la Covid-19, la primera impresión es que sus consecuencias sanitarias podrían haber afectado al menor consumo por parte del colectivo sénior. Durante estos años, “muchas personas mayores que antes realizaba determinadas actividades culturales, como asistir a museos o exposiciones, han demorado mas tiempo en retomar las mismas actividades”, señala Cinalli Ramírez. Además, apunta la psicóloga, por un lado, y como resultado de la citada crisis sanitaria, que el colectivo “ha desarrollado el habito de consumir cultura en formato digital”; y, por otro, “es probable que a la hora de elegir actividades de ocio, muchos de ellos se decanten por actividades al aire libre y que impliquen movimiento”, debido sobre todo a “la importancia que tiene para las personas mayores la realización de actividades físicas como el senderismo, asistir a clases de gimnasia, etcétera”.
La directora del área cultural del centro santanderino opina de forma similar, ya que en las encuestas pospandemia están reflejados los cambios en sus hábitos de vida, reduciendo de forma drástica su acceso a espacios públicos interiores. No obstante, Gómez Quevedo aclara que en el Centro Botín no manejan los mismos datos, ya que, en la actualidad, los mayores de 65 años representan un 48% del total de visitantes, “nuestro público más fiel y comprometido”.
Lo cierto es que la pandemia sí que ha incidido en los hábitos de consumo de las personas mayores, basta con cotejar los datos con la anterior encuesta de 2018-2019 para constatar el bajón en cada una de las actividades culturales. Sin embargo, ese descenso es similar al del resto de franjas etarias y no evita que también en esos años previos a la crisis el colectivo sénior siguiera siendo el grupo con los hábitos de consumo cultural más bajos. 
La periodista de Cultura Inquieta argumenta que este menor consumo en comparación al resto de grupos de edad puede deberse a “las barreras físicas, psicológicas, económicas e incluso tecnológicas. Vivimos en una sociedad donde se premia y visibiliza la juventud en todas las dimensiones y casi todo está adaptado para ellos”. Además de las citadas barreras físicas, García Díaz enumera desde “la falta de representación y de presencia en los medios de comunicación, en las instituciones y eventos, hasta la dificultad para acceder económicamente a ciertos eventos culturales”. 
Por lo tanto, más que de un desinterés del colectivo sénior por la cultura, lo que señalan estas cifras del ministerio son la enorme incidencia que tiene en sus hábitos cuestiones como acceso a la educación que tuvieron en el pasado, su salud y autonomía o la brecha digital.
Según el estudio Conociendo a todos los públicos: los mayores y los museos, elaborado desde la Subdirección General de Museos Estatales del Gobierno español, además de la repercusión evidente que tiene el envejecimiento en cuestiones como la dependencia o la salud, se aportan datos como el nivel educativo de la población, con un 19,7% de mayores de 65 años sin estudios, un índice muy superior al de 45 a 54 años (0,7%) y de 55 a 64 años (3,2%).
En relación a las barreras económicas que aludía García Díaz, el mismo informe indica que la seguridad económica de las personas mayores en España descansa sobre el sistema público de pensiones, “sin olvidar los nichos de vulnerabilidad que existen dentro del colectivo”. Una mención especial es para los sénior que viven solos, en las que se incrementa el riesgo de pobreza.
Por otro lado, y en cuanto a la patente brecha digital, los últimos datos de 2023 del Instituto Nacional de Estadística (INE) señalan que cuanto mayor es la edad, menor es la proporción de personas que utilizan Internet. Aunque la fisura es cada vez más estrecha, la diferencia todavía es notable. En la actualidad, el 97,1% del grupo de 45-54 años utilizaron Internet en los últimos tres meses, frente al 76,4% de las personas de entre 65-74 años, una grieta de 21 puntos porcentuales
Todos estos factores, en cierta medida, influyen en las rutinas de ocio y cultura de los sénior porque, de otra manera, como arguye la directora de Cultura del Centro Botín, “si disponen de salud, autonomía, ciertos medios económicos e interés y curiosidad, pueden acudir a las manifestaciones culturales que deseen y estén a su disposición”.
EL EDADISMO
En 2023, desde la asociación Cultura Senior se entregó una carta en mano al, por aquel entonces, ministro de Cultura y Deportes, Miquel Iceta, con peticiones para las personas mayores. Entre ellas, una demanda era que el colectivo sénior también recibiese un bono cultural como el ‘Bono Joven’, un vale de 500 euros para todas las personas que cumplan los 65 años, facilitando su acceso a bienes culturales en su primer año de jubilación. “Ya sabemos su repuesta: lo estudiarán”, responde su presidente Esteban Barranco, quien nos asegura que volverá a interpelar por esta cuestión con el actual ministro de Cultura, Ernest Urtasun.
Además de los condicionantes expuestos hasta ahora, hay un factor que también está influyendo en la manera en que los mayores se acercan a la cultura. “El edadismo limita la compresión que la sociedad, en su conjunto, y las propias personas mayores tienen sobre la vejez; y como es una mirada sesgada, restringe las posibilidades de crecimiento y desarrollo personal que son propias de esta etapa del desarrollo humano”, explica la vicepresidenta de la AEPG. Es decir, la idea de que las personas mayores “no son capaces de nuevos aprendizajes, de que tienen poco o nada que aportar a la sociedad, que son pasivos o aburridos puede limitar, entre otras cosas, el acceso a diferentes expresiones culturales”. La psicóloga pone como ejemplo algunas expresiones habituales que denotan autoedadismo: ‘Ya no tengo edad para…’, ‘A mi ya se me paso el tiempo de…’ o ‘Soy mayor para…’, frases que “tienen un impacto negativo en la autoeficacia y la autoestima de una persona mayor”.
La jefa de contenido de Cultura Inquiera hace un análisis similar, asegurando que “los estereotipos y prejuicios, la falta de espacios inclusivos y la baja visibilidad de mayores en roles culturales contribuyen a su exclusión”. Además de las cortapisas que suponen para el colectivo, añade que el edadismo cultural “puede llevar al aislamiento social y a la pérdida de su valiosa experiencia para la sociedad” y combatirlo “requiere sensibilización, diseño de espacios accesibles y fomento de la participación activa de los mayores en la cultura”. 
El presidente de Cultura Sénior señala que parte del problema es que, de forma general, “no existe una línea de trabajo por la cultura ni la ciencia de los mayores, ni preocupación por hacerla, no es una prioridad”. Esteban Barranco apunta que la mayoría de Administraciones públicas y asociaciones dirigidas a los sénior “están preocupadas por otros asuntos: la soledad, las residencias, la sanidad, la economía plateada, el edadismo y la atención centrada en la persona. Todos son problemas interesantes (que debían estar solucionados ya) para debatirse en congresos, mesas redondas y, también, para verse los de siempre”, pero lamenta que “la cultura y la ciencia están en el vagón de cola en los presupuestos y en las políticas”. El sociólogo resume su sentir con una pregunta: “¿Quiénes en esta sociedad piensan en los mayores?”.
LAS SOLUCIONES
La plataforma Cultura Inquieta, que se desenvuelve sobre todo por redes sociales, organiza, de vez en cuando, algunos certámenes dirigidos en exclusiva a las personas mayores. Por ejemplo, ‘Arte mayor’, un concurso de creatividad para personas mayores de 75 años lanzado a finales del año pasado o las dos ediciones del concurso de cartas manuscritas para mayores de 65 años, ‘Palabras mayores’. Certámenes que comienzan con Internet como medio, pero cuya finalidad es acabar en una exposición o generar espacios reales.
En una dirección similar, pero apostando por la formación presencial, en el Centro Botín acaba de presentar un curso para este verano titulado ‘Artes, emociones y creatividad para vivir bien con más de 65 años’, que contará con una programación específica para este colectivo, que cuenta con la colaboración de la Universidad de Cantabria, y que se organiza también “para preguntarles y pensar juntos en la mejor forma de ofrecerles una programación que les interese y que se ajuste a sus necesidades”, reconoce Gómez Quevedo.
Estas iniciativas son algunos ejemplos que incentivan la participación del colectivo sénior en la cultura, pero solo son una parte de una solución que debe estar necesariamente adaptada al público sénior. La directora de Cultura del Centro Botín estima que se deberían ofrecer “actividades culturales de calidad, con buenos horarios, en espacios cómodos, agradables y bien comunicados”. También, recalca, “sería necesario anunciar bien esos eventos, asegurándose de que se comunican a través de medios utilizados por este sector de la población”. 
Para Estaban Barranco, sin embargo, el remedio no solo pasa por cambiar la percepción en las capacidades de las personas mayores, sino también  los intereses de nuestra sociedad, algo “casi imposible”, lamenta. El presidente de Cultura Sénior pone en valor “la labor que hacen los clubes de lectura a lo largo y ancho nuestro país”, y algunas asociaciones y colectivos, “sin ninguna subvención, ni sedes para hacer sus actividades culturales, superando las trabas que ponen los ayuntamientos y comunidades autónomas a utilizar sus locales”. 
Por este contexto, el sociólogo tiene una visión algo más pesimista de la situación y, aunque reconoce que en los últimos años la comunidad española ha cambiado notablemente, no cree “que viva para ver nuestra sociedad preocupada de verdad por los mayores”.
Por otra parte, y desde la perspectiva de liderar los contenidos de una plataforma cultural eminentemente online, García Díaz propone, como punto de partida, “adaptar espacios culturales para que sean más accesibles”, en relación a las barreras físicas que pueden existir en las instalaciones para el ocio y la cultura, así como “ofrecer transporte gratuito o subvencionado, proporcionar descuentos en entradas y abonos, organizar eventos intergeneracionales y actividades adaptadas a sus intereses, y mejorar sus habilidades digitales para facilitar el acceso a la cultura online”, este último punto más necesario si cabe por los datos expuestos sobre la brecha digital, y que también mejoraría la comunicación entre los entes culturales y el público sénior.
No obstante, para García Díaz lo más relevante es visibilizar a las personas mayores, “que se sientan representados en el mundo de la cultura, que sientan que los necesitamos y que son un valor intangible para el resto de la sociedad”.
La periodista remata su razonamiento con una frase que sintetiza lo que representa la cultura, un derecho reconocido al que nadie debería renunciar; ya que “sin cultura perderíamos la esencia de lo que nos hace humanos, nuestra capacidad para soñar, crear y vivir en comunidad”.

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Horacio R. Maseda
Horacio R. Masedahttps://entremayores.es/
Licenciado en Periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca. Cubre la información empresarial de entremayores y la edición de Euskadi.

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