jueves, 11 septiembre 2025
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Los refugios climáticos

El verano de 2025 nos ha dejado imágenes difíciles de olvidar, como los terribles incendios que han arrasado miles de hectáreas en el noroeste peninsular; también , algunos datos preocupantes que van a más, como los récord de temperaturas en varias comunidades o un mar Mediterráneo convertido en un caldo cada vez más cálido e inestable [...]

El verano de 2025 nos ha dejado imágenes difíciles de olvidar, como los terribles incendios que han arrasado miles de hectáreas en el noroeste peninsular; también , algunos datos preocupantes que van a más, como los récord de temperaturas en varias comunidades o un mar Mediterráneo convertido en un caldo cada vez más cálido e inestable.

La quema forestal y las olas de calor ya no son episodios excepcionales, sino un patrón que define nuestras vacaciones y condiciona también la vida en las ciudades o en los pueblos.

El impacto humano del calor extremo es demoledor. Según datos del Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria (MoMo) del Ministerio de Sanidad, en estos meses estivales, el fenómeno ha provocado 3.622 muertes en España, un 84,3% más que en las mismas fechas de 2024. La cifra es especialmente dramática entre las personas mayores, el colectivo más vulnerable a la deshidratación, a los golpes de calor y a la falta de entornos adaptados. Los datos no mienten: solo en agosto, las altas temperaturas han sido la causa del fallecimiento de 2.099 personas mayores de 65 años.

Ante esta realidad, necesitamos pasar a la acción, dejar atrás la retórica e implementar medidas concretas. Una de ellas, cada vez más presente en el debate público, es la necesidad de contar con refugios climáticos, espacios públicos y privados que sirven como resguardo ante las temperaturas extremas. Los refugios pueden ser bibliotecas, centros cívicos, culturales, polideportivos o parques con sombra y fuentes, siempre que estos lugares cumplan con los criterios básicos de accesibilidad, seguridad y comodidad. Su función es simple, pero vital: ofrecen un respiro y, en muchos casos, salvan vidas.

Sin embargo, pese a que en España empieza a haber urbes que apuestan por estos recursos (dos buenos ejemplos son Barcelona o Bilbao), la mayoría de municipios no cuentan con los suficientes para atajar el problema. Un reciente informe de Greenpeace asegura que la situación en la península es deficitaria: solo 16 de las 52 capitales españolas, un 30%, cuenta con algún tipo de red de refugios climáticos públicos. No solo eso, la organización ecologista advierte de que ni siquiera todos los refugios existentes cumplen los requisitos necesarios para serlo.

Un verdadero refugio climático debe de ser gratuito, accesible, cercano, estar bien señalizado y abierto durante los episodios de calor extremo. Parece de perogrullo, pero las personas tienen que poder acceder a este recurso cuando más lo necesiten. De nada sirve lo que sucede en algunas ciudades españolas y denuncia Greenpeace: que estos espacios abran solo entre semana, días sueltos o por las mañanas, permaneciendo cerrados en las horas de mayor calor.

Precisamente, y debido a la emergencia vivida este verano con los mencionados incendios de comunidades como Castilla y león, Extremadura o Galicia, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, acaba de anunciar, dentro de un paquete de medidas para afrontar la crisis climática, la creación de una Agencia Estatal de Emergencias y una red española de refugios climáticos. Se trata de un primer paso que debe convertirse en un pacto de Estado, con financiación adecuada y una verdadera coordinación entre Administraciones autonómicas y locales.

La sociedad y sus gobernantes tienen que entender que la amenaza del calentamiento global no es solo climática o sanitaria, está en juego también nuestra salud económica, territorial y, más importante, el bienestar de las personas.

Los incendios han devastado bosques que tardarán décadas en regenerarse, lo que se traduce en una catástrofe ecológica con pérdidas millonarias para sectores como la agricultura o el turismo. Estos fenómenos extremos obligan a destinar cada año más recursos públicos a la reparación de daños, mientras seguimos escatimando en estrategias efectivas de protección y prevención.

No obstante, lo más grave siguen siendo las pérdidas humanas. Los montes se regeneran y los daños se reparan, pero las personas no vuelven.

La emergencia climática no es un futuro hipotético, es un palmario presente que se cobra muchas vidas; y sabemos, a ciencia cierta, que serán más si seguimos mirando para otro lado o, peor aún, negando la realidad.

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