viernes, 10 octubre 2025
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La (gran) depresión

Los trastornos de salud mental (depresión, ansiedad, TDAH, TEA…) son ya uno de los problemas sanitarios más acuciantes de la sociedad actual. Además, se trata de una urgencia internacional, como demuestra un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el que se apunta que más de 1.000 millones de personas viven con estos problemas de salud mental en todo el planeta.

Para entender la relevancia basta un dato de la OMS: estos trastornos ya representan la segunda causa más importante de discapacidad a largo plazo, y contribuyen, de manera decisiva, a la pérdida de nuestra vida saludable.

El informe habla de la gran prevalencia mundial de la depresión y la ansiedad, trastornos que no solo hacen sufrir a quienes los padecen, sino también al entorno cercano. El estudio explica que, a su vez, esta situación afecta a los países en lo económico, superando el billón de dólares al año en cuanto a la productividad.

Si nos centramos en España, según el Informe Anual del Sistema Nacional de Salud 2023, un 34% de la población padece algún tipo de trastorno de salud mental. Además, es una situación que se agrava con la edad y que sufre más de la mitad de las personas mayores de 85 años.

Los trastornos de salud mental no solo son un problema de por sí, también se retroalimentan de otras circunstancias externas. Es decir, el pronóstico de una depresión empeora si la persona sufre de soledad no deseada, tiene alguna dependencia o cualquier otro malestar físico. El colectivo sénior, otra vez en el punto de mira. Estas dolencias son transversales, porque atraviesan de un extremo a otro nuestra vida y son parientes cercanos del daño colateral. Algún ejemplo lo encontramos en las consecuencias que afrontan las personas cuidadoras a largo plazo. En este sentido, un reciente estudio de Sanitas señala que los síntomas más habituales entre las personas que cuidan a personas con Alzheimer son la tristeza o la depresión (70,5%) y el estrés (69,7%).

La salud mental se cuela por cualquier resquicio que nos deja la actualidad. Pensemos, por ejemplo, en el reciente debate en el sector sociosanitario sobre la reducción de la jornada laboral a 37 horas y media, y que finalmente ha rechazado el Congreso de los Diputados. Dejando a un lado si la medida era viable o no a nivel económico u organizativo –algo que señalaron negativamente las patronales–, una de las razones que ofrecen los sindicatos para acortar el horario laboral es, precisamente, el impacto positivo en la salud física y mental de los trabajadores. Reducir las horas que dedicamos al trabajo aminora el estrés laboral. En esta línea, aumentar el tiempo libre permite un descanso adecuado, lo que se traduce en un mayor bienestar. Dicen los sindicatos que también bajarían las tasas de absentismo, que habría menos bajas por enfermedad y que incluso mejoraría la productividad del trabajador, algo que de seguro podría interesar al sector empresarial.

Obviamente, no acabaremos con los problemas de salud mental solo resolviendo este par de casos, pero sirven de ejemplo de hasta qué punto esta problemática está presente en nuestro día a día y en diferentes ámbitos.

Más bien, y retomando el mencionado informe de la OMS –que revela las deficiencias en el abordaje de estas afecciones a nivel mundial–, la solución es más compleja y pasa por transformar los servicios públicos de salud, redirigiendo parte de la inversión hacia este desafío y con el objetivo de que los países alcancen las metas fijadas en el Plan de Acción Integral sobre Salud Mental de la OMS.

Así, cuando tengamos que poner sobre la mesa las herramientas con las que vamos a solventar esta amenaza sanitaria, conviene recordar entre las partes contratantes que, pese a que no será fácil conseguir una mejor organización social de los cuidados, una inversión sostenida en el tiempo, una financiación más equitativa o las necesarias reformas jurídicas y normativas, al menos cada uno habrá de poner de su parte. Ni quedarse en las buenas intenciones de unos, ni en la inviabilidad permanente de los otros. De lo contrario, la siguiente Gran Depresión será financiera, pero sobre todo sanitaria.

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