lunes, 15 diciembre 2025
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Por qué no salta la rana (sobre la violencia de género)

Existe una analogía muy sencilla que ejemplifica muy bien por qué algunos problemas no los percibimos y, por lo tanto, no los solucionamos o, en el mejor de los casos, lo hacemos de forma tardía […]

Existe una analogía muy sencilla que ejemplifica muy bien por qué algunos problemas no los percibimos y, por lo tanto, no los solucionamos o, en el mejor de los casos, lo hacemos de forma tardía. El síndrome de la rana hervida, atribuido al filósofo y escritor Olivier Clerc, explica que, si metemos a una rana en agua hirviendo, esta saltará para librarse de forma inmediata. Sin embargo, si, en su lugar, el agua está templada y vamos lentamente calentándola hasta que alcance su punto de ebullición, entonces la rana no percibirá el peligro, no saltará y, si nadie lo remedia, se cocerá plácidamente. Puede que esta premisa sea falsa desde el punto de vista biológico, pero sirve igualmente para entender por qué algunos fenómenos como la violencia de género permanecen ocultos y nadie hace nada por remediarlos.

La historia de la rana es una buena metáfora para explicar esta lacra en torno a las mujeres mayores. De un tiempo a esta parte, somos cada vez más conscientes de la –muchas veces denunciada– doble invisibilidad que sufren, tanto por su edad como por su género.

Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, celebrado el pasado 25 de noviembre, varias entidades, como la Confederación Estatal de Mayores Activos, aprovecharon para lanzar sus campañas con diversas denuncias y exigencias. En el caso de Confemac, se insiste en “no mirar hacia otro lado” ante cifras que deberían avergonzarnos. Por ejemplo, que desde que existen registros (2003) hayan sido asesinadas 1.337 mujeres y, desde enero de este año, nada menos que 42. En esos 22 años, 199 feminicidios han sido perpetrados contra mujeres mayores de 61 años, nueve en lo que va de año.

La violencia machista a mujeres mayores no es algo anecdótico ya que, de nuevo, los datos hablan por sí solos. Un informe de Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer estima que el 25% de las sénior la ha sufrido. Para entenderlo en su justa dimensión, piensen en todas las mujeres mayores que conocen e imaginen que una de cada cuatro ha pasado por ese infierno.

Otras entidades que se han sumado a la causa, como la Plataforma de Mayores y Pensionistas (PMP) o Ceoma, han reclamado políticas públicas específicas para este colectivo, así como formación para profesionales, espacios seguros y un sistema de detección temprana en los servicios sociosanitarios. Es decir, se demanda más implicación institucional para poner fin al silenciamiento.

El hecho de que se centren en las mujeres mayores no es mero capricho, ya que forman un colectivo particular dentro de la violencia machista. En primer lugar, son mujeres de otra generación, víctimas que ni siquiera se consideran víctimas a sí mismas, tanto por la educación que han recibido como por crecer en una sociedad y una época en la que no existía el concepto de violencia de género.

Esto explica por qué las sénior denuncian poco su situación: mientras el 85% de las mujeres entre 16 y 65 años sí que lo hacen –ya sea ante los tribunales o de manera informal­– a partir de lo 65 ese porcentaje baja hasta el 62%.

Las mujeres de más edad tienen también, por lo general, otras singularidades que las diferencia de otras generaciones. Por un lado, suelen depender de su pareja económicamente y, por otro, tienen además una dependencia emocional, que se suma a su condición de cuidadora, para las que una ruptura –sienten– supone fallar en sus responsabilidades.

Aparte de tener una salida más difícil, las que lo consiguen se encuentran con una burocracia que no tiene en cuenta sus condiciones especiales. Según el último informe del Defensor del Pueblo, por ejemplo, y en cuanto a su acreditación como víctimas, a las sénior se les obliga a pasar “por procesos administrativos en los que su edad, su situación de dependencia, sus problemas de salud y movilidad o sus dificultades tecnológicas no son tenidas en cuenta, ni por los protocolos, ni por las redes asistenciales que les atienden”.

Otra cuestión que puede parecer obvia, pero muy relevante, es que las mujeres mayores sufren casi un maltrato perpetuo. Según datos del Servicio Telefónico de Atención y Protección para víctimas de la violencia de género (Atenpro) de Cruz Roja, el 67% de las víctimas de violencia de género que superan los 65 años ha sufrido el maltrato durante más de 20 años, el 40% de ellas, durante más de 40.

Un último dato: según un estudio de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, el 70% de las mujeres mayores asegura que sus hijos han presenciado algunas de las agresiones; y el 30% indica que estos también fueron víctimas de agresiones e intimidaciones.

La violencia de género lleva cociéndose tanto tiempo, en el caso de las mujeres mayores toda una vida, que quizá en este caso la normalizamos. Ese silencio cómplice se mantiene a pesar de que parte de la familia muchas veces lo sabe o incluso lo sufre. ¿Se acuerdan ahora de por qué no saltaba la rana?

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