Pregunta.- El Colegio Oficial de Psicólogos (COP) y la Comunidad de Madrid están ultimando una Cartera de Servicios de Asistencia Psicológica para residencias de personas mayores. ¿Cómo surgió esta colaboración?
Respuesta.- El colegio ha hecho diversas aportaciones para mejorar las condiciones de vida de las personas que viven en residencias, y la Comunidad de Madrid ha desarrollado esta fórmula para reflejar los servicios que se deben prestar.
En este sentido, hemos puesto de manifiesto que es muy importante la incorporación de la psicología, tanto para mejorar el bienestar de este colectivo como para prevenir otros trastornos que, por razón de edad o enfermedad, son habituales en esta franja de edad.
La idea fundamental tiene que ver con el hecho de que no se puede ir en contra de la evidencia: las personas mayores son un sector de población vulnerable, igual que la infancia y la adolescencia. Por lo tanto, todos los componentes de acompañamiento emocional, psicológico y de ayuda redundarán en una mejor salud mental y física; en definitiva, en el incremento del bienestar de las personas que nos han dado todo.
P.- La cartera se implantará a principios del año que viene. ¿Cuáles son los principales objetivos?
R.- Lo más importante de esta iniciativa es introducir esta figura profesional en un contexto en el que siempre ha primado lo asistencial. La figura del psicólogo va más allá, actúa de una forma proactiva.
En la medida en que nos sentimos mejor, contribuimos a la reducción de la enfermedad, del dolor psicológico, de la soledad, etcétera. Esto hace especialmente significativo el papel de esos profesionales, y aquí es donde hay que superar el concepto de asistencialidad.
Hace años, a los niños pequeños se les atendía en las llamadas ‘guarderías’, pero llegó un momento que se produjo un progreso conceptual y práctico que entendió que no es ‘asistir’, sino que es una labor educativa.
En este caso también hablamos de superar el concepto de asistencialidad y dotar a la atención de una visión más proactiva y más relacionada con las necesidades presentes, pero también futuras. En la medida que se ayuda a mejorar la autoestima, el autoconcepto, se pueden mejorar mecanismos de relaciones interpersonales. Es decir, se pueden prevenir determinadas dolencias que la soledad y la tristeza acaban generando.
P.- ¿Cuáles son las principales necesidades a nivel psíquico y emocional de los mayores institucionalizados?
R.- Por una parte, está el sentimiento de desarraigo. Esto genera mucho dolor y tristeza, incluso cuando la persona mayor acepta que va a estar mejor cuidada en una residencia que sola en casa.
Es la sensación de que ha llegado un momento en la vida en la que se nos priva de nuestros recuerdos, nuestros rincones, los vecinos, nuestras cosas... Algo que genera pesadumbre, que deriva en daños en el alma.
Por otro lado, está el sentimiento de soledad no deseada. Este es un fenómeno que está afectando de forma muy importante a las personas mayores, aunque también afecta a niños y jóvenes.
En el caso de los mayores, está muy relacionado con el hecho de que han perdido sus referencias y, aunque puedan estar acompañados físicamente por los compañeros del centro, ya no tienen esas referencias de historia, de vida. Y esto no se compensa con las visitas que, aunque ayudan y reconfortan, cuando se van, también generan tristeza.
En tercer lugar, hay un ámbito del que no se habla mucho pero que es muy importante y tiene que ver con el hecho de cómo han sido sus vidas. Los mayores institucionalizados suelen tener la sensación de que, después de todo lo que han hecho y luchado, están viviendo en un espacio en el que tienen cubiertas las necesidades básicas, pero también están desembarcando en una etapa que les acerca al final. Todo esto unido, psicológicamente, puede ser devastador.
Por eso, es especialmente relevante considerar el apoyo psicológico, la intervención desde este ámbito profesional para intentar contrarrestar estos tres elementos comentados. Dejar de ser alguien importante y válido para la sociedad, resquebraja mucho la autoestima y el autoconcepto. Sin embargo, no debería ser así, por eso es importante la figura del psicólogo para contrarrestar los efectos nocivos de esas situaciones.
Los entornos residenciales deben ir transitando hacia contextos que se parezcan, lo más posible, a los espacios en los que las personas han vivido. Es importante que sean cálidos, que respeten las historias de cada persona, que se promueva la conversación y socialización, la actividad física y, sobre todo, que faciliten seguir creciendo psicológicamente.
La especialidad de Geriatría, por ejemplo, va más allá que otras especialidades médicas, porque aporta una visión holística, global de las personas mayores. De la misma manera, los especialistas de Psicología que trabajan con mayores son competentes para seguir fundamentando la autopercepción del ser humano, a pesar de que estén alejados de todo aquello que les dio identidad.
P.- Tras la pandemia, ¿se han incrementado de forma significativa las enfermedades mentales entre las personas mayores?
R.- La investigación en este sentido todavía tiene que continuar para obtener datos que nos permitan sacar conclusiones válidas. Pero, es evidente que la pandemia actuó como un catalizador del sufrimiento y la vulnerabilidad que ya existía.
De la misma forma que hemos visto que en los jóvenes se ha incrementado la horquilla de población vulnerable a nivel psicológico, en el grupo de la población mayor también aumentó.
El confinamiento tuvo muchos aspectos positivos en el sentido de que se incrementaron la líneas de conexión con las personas que estaban solas y se desarrolló un movimiento solidario muy interesante. Pero, en general, fue devastador para mucha gente, en unos casos por la soledad y en otros porque vivir tanto tiempo encerrado sin poder salir tuvo consecuencias negativas.
En esos momentos aparecieron los miedos a enfermar, a contagiar enfermedades y el miedo a morir. Todo esto generó inseguridades y aumentó la vulnerabilidad.
Las personas mayores perdieron muchos amigos y personas cercanas sin ni siquiera poder despedirse.
El principal mensaje que debemos extraer de la pandemia es que hay algunas franjas de población respecto a las que tenemos que hacer algo diferente, y este es el caso de las personas de más edad.
P.- Actualmente se habla mucho de la soledad no deseada. ¿Cuál es su percepción respecto a esta problemática?
R.- En primer lugar, lo que vemos es que la soledad no deseada se incrementa cuantitativa y cualitativamente, porque hay franjas de población que nadie pensaba que pudieran sentirse solos, como los niños o adolescentes, y esto se ha detectado.
En este sentido, debemos pensar el modo en el que nos estamos organizando, es decir, el modelo de sociedad que estamos creando, porque cada vez estamos dejando más personas en los márgenes. Hay un primer análisis que debería tener que ver con ritmos y prioridades, es decir, todo lo relacionado con la organización del trabajo, las horas que dedicamos a nuestra profesión, la presión y el estrés laboral o económico, etcétera. Los determinantes sociales de la salud mental son muy relevantes.
Hay que incrementar los recursos sanitarios, por supuesto, pero igualmente importante es trabajar en los contextos en donde se puede hacer prevención. Por ejemplo, uno de los campos en los que más estamos trabajando es en el desarrollo de planes de prevención de los desajustes y desórdenes emocionales en la infancia y adolescencia. Y, para ello, es fundamental implementar esos planes en los centros educativos. Esto nos permite detectar casos, prevenir y promover la seguridad, la autoestima y la capacidad de afrontamiento de las dificultades.
Cuando hablamos de jóvenes, nos encontramos que hay una especie de insatisfacción. En el futuro complejo, difícil, no encuentran posibilidades de desarrollo, etcétera. Y esto provoca que las personas pierdan iniciativa, interés y acaban desvinculándose de la sociedad.
Por otro lado, las redes sociales están provocando unos niveles de incomunicación muy insatisfactorios. Lanzar mensajes en una red social no es comunicarse. En este sentido, estamos observando la necesidad de prevención en este campo.
Hay que tener en cuenta que todos los determinantes sociales que afectan a nuestra salud tienen un componente de riesgo clarísimo para que aparezca ese sentimiento de soledad no deseada.
En este ámbito, los ayuntamientos tienen un papel decisivo, porque deben impulsar recursos que faciliten conexiones sociales y la conectividad.
P.- ¿Cree que, en nuestro país, estamos concienciados con las enfermedades mentales?
R.- Creo que no. Si bien es cierto que estamos erradicando ese estigma que significaban las enfermedades mentales y hablamos con menos miedo de esta problemática, yo creo que todavía tenemos muchos escalones que subir. Aunque hablamos con más facilidad de los que nos pasa, es importante que se dé respuesta.
Por ejemplo, es importante conseguir que las personas que tienen menos recursos puedan acceder a los servicios públicos de salud mental cuando lo necesiten. Y también hay que revertir el hecho de que somos uno de los países del mundo que más psicofármacos consumimos.
En este sentido, es necesario que en Atención Primaria se incorporen los servicios de Psicología, que permitirán atender esos trastornos psicológicos incipientes, moderados, que todavía no son una enfermedad metal, pero que requieren intervención, sin necesidad de acudir a los servicios especializados.
Aportando más y mejor atención y accesibilidad en la población que más riesgo tiene, contribuiremos a que la salud mental no sea considerada un estigma.