Pregunta.- En su ponencia habló de duelo con riesgo y duelo sin riesgo. ¿A qué tipo de riesgos nos estamos refiriendo?
Respuesta.- A ese duelo que no reelabora la pérdida, es decir, la relación con la persona que ha fallecido, quedándonos enganchados en su ausencia. Aquel que se prolonga en el tiempo con una gran intensidad de los síntomas, del dolor, afectando a la calidad de vida y del bienestar del doliente.
P.- ¿Qué implica para las familias el no poder despedirse presencialmente y qué significa que esos duelos sean “resilientes”?
R.- El ser humano necesita de una coherencia en su historia, en su biografía. No nos vienen bien los “huecos”, el no saber. La parte de la despedida es fundamental para darle sentido a la vivencia de la pérdida. Imagínese una película a la que le cortamos el final, y entonces nos decimos “¿qué ha pasado? ¿y ahora qué?”. Pero el no hacerlo presencialmente, como vemos en ocasiones los profesionales de los cuidados paliativos, no significa no haberse despedido ni determina una imposibilidad de elaborar el duelo, sino una necesidad de tener que hacerlo de otra manera. No olvidemos que la despedida es un proceso y una actitud personal, que habla de lo que nos une a la persona que ha fallecido y de lo compartido. Esto ya lo aprendí cuando estando en el extranjero, he tenido que despedirme de seres queridos desde la distancia. No es fácil, pero sí es posible, incluso puede ser hasta natural según las circunstancias.
Algunas investigaciones hablan de que las personas tenemos la capacidad para adaptarnos saludablemente a las adversidades de la vida, como es la de la pérdida de un ser querido, y volver a vivir con afectos positivos y esperanza realista. Superar aquello que parece el límite, el precipicio, el “ya no”. Y encima crecer personalmente. Somos unos seres increíbles.
P.- Afirmó que de la primera ola se aprendió lo necesarios que son los protocolos y los profesionales especializados en el duelo. ¿Qué más hemos aprendido tras la primera ola?
R.- La importancia de anticiparnos, planificar, formarnos, trabajar en equipo, cuidar y cuidarnos, proporcionar y difundir información que ayude a la población general afectada y a los equipos profesionales, y desde luego: trabajar en nuestra sociedad el alivio del sufrimiento como es el que provoca la soledad. Un tándem de profesionalidad y humanidad cuyo resultado es el alivio del sufrimiento. No quiero dejar de mencionar que esta primera ola y las restantes han devuelto también a las instituciones la obligatoriedad de contar y aumentar el número de psicólogos a disposición de los profesionales y de la población. Una profesión que se encontraba invisibilizada, poco escuchada y reconocida.
P.- Una de las restricciones de la pandemia fue la limitación de asistentes a funerales y entierros. La supresión de este rito no tuvo lugar en su ponencia, pero, ¿cómo afecta al duelo esta mutabilidad dependiente de las restricciones?
R.- Mire, yo me he llevado una gran sorpresa con este asunto, ya que las personas, los dolientes, me han devuelto mensajes contrarios a los que aparecían en los medios. El impacto inicial estaba ahí porque “no podía ser lo que se deseaba sino lo que se podía”. Pero como he mencionado, el ser humano es resiliente por naturaleza, y las personas con las que intervine habían utilizado su creatividad y sus valores (elementos propios de la resiliencia) para adaptar esos nuevos ritos a algo propio de su historia personal y familiar, de sus relaciones y de sus valores. Y me he encontrado con que las personas han implementado unos ritos bellísimos, ajustados a su familia, elaborados por ellos, y dándoles un sentido muy personal. Con esto no debemos negar otras situaciones muy dolorosas, que personalmente conozco, en los que la celebración de los ritos se ha visto empañada por la situación de caos propia de la primera ola. No hay que olvidar que somos seres simbólicos, sociales y emocionales, y el rito está presente siempre en nuestras vidas para darle voz a lo espiritual.
P.- También ha sido y está siendo duro enfrentarse a una muerte en soledad. ¿Qué se puede cambiar para favorecer una buena muerte incluso durante una pandemia?
R.- Ensanchar momentos, favoreciendo la despedida, especialmente la presencial, sobre todo, durante los momentos previos e inmediatamente después al fallecimiento. No morir en soledad. Los que trabajamos en los cuidados paliativos tenemos muy en cuenta esto, y es uno de nuestros pilares: nadie debe morir solo.
Sé que en residencias, centros asistenciales y otras unidades hospitalarias, los profesionales acompañan a las personas que están en aislamiento en estos momentos, dando calor en los momentos finales. Todos trabajamos por hacer de esta pandemia algo más humanizado y las situaciones adversas nos han ayudado a mejorar. Pero hay que dar un paso adelante para contemplar las distintas circunstancias para hacer posible que la persona fallezca rodeada de los suyos.