Pregunta.- En España tenemos una de las esperanzas de vida más altas del mundo. ¿Por qué todavía no se ha establecido este hecho como un éxito y se sigue hablando de longevidad, en ocasiones, de modo negativo?
Respuesta.- Personalmente, sí creo que en España ya se considera la longevidad como algo positivo, lo que es negativo, justamente, es la forma de afrontar los retos que la mayor esperanza de vida conlleva, sobre todo, a nivel institucional y gubernamental.
Los organismos del Estado y la forma de estructurar la sociedad están anclados en un paradigma antiguo, muy centrado en una vida de tres etapas, donde la tercera, la pasiva, era corta.
En líneas generales, tenemos como grandes retos la sostenibilidad de los sistemas de pensiones, la viabilidad de sistema nacional de salud, la modernización del sistema educativo, el fomento de la innovación y la productividad para renovar el mercado de trabajo y, no menos importante, la gestión de los cuidados de larga duración y dependencia. Adicionalmente, y aludiendo a la frase hecha de “todos queremos vivir mucho, pero nadie quiere ser viejo”, vemos que aún persisten estereotipos negativos sobre el envejecimiento porque vivimos en una sociedad edadista con las personas mayores.
Un último punto sería destacar la desigualdad con la que muchas personas llegan a edades adultas, pero esto no es un tema exclusivo de la longevidad, sino más generalizado.
P.- En una de las regiones estudiadas se observó que sus habitantes tienen lo que denominan un ‘plan de vida’, algo similar al ‘propósito de vida’ o a la ‘longevidad con sentido’ a la que usted se refiere en su libro. ¿Cuál es el valor de este concepto?
R.- Los japoneses tienen su ikigai, que significa “el placer de estar siempre ocupado”. Este concepto, tan básico y elemental, es considerado una de las claves más importantes en la esperanza de vida nipona. Lo bonito del ikigai es que va más allá del propósito o plan de vida, que puede tener fines netamente personales o egoístas. Sintéticamente, el ikigai es la conjunción de cuatro cuestiones vitales: ¿qué amo hacer?, ¿en qué soy muy bueno?, ¿puedo ganar dinero con ello? y ¿contribuyo a los demás?
El valor, visto de forma global, es enorme porque da posibilidad de que cada uno de nosotros podamos aportar nuestro granito de arena al bien común.
P.- ¿Puede la felicidad mejorar la calidad de vida y, en consecuencia, alargar la esperanza de vida de una persona?
R.- Hay numerosos estudios que afirman que, efectivamente, ser feliz o practicar la gratitud, mejor dicho, puede influir positivamente en la calidad de vida y, potencialmente, en la longevidad. Estas investigaciones sugieren que el bienestar emocional se asocia con un sistema inmunológico más fuerte; las personas felices tienden a adoptar comportamientos más saludables; la felicidad reduce los niveles de estrés crónico, que es perjudicial para la salud; las emociones positivas pueden mejorar la función cardiovascular; y la satisfacción vital se relaciona con una mejor adherencia a tratamientos médicos. Igualmente, es un tanto simplista hablar de causa-consecuencia y hay que entender que funcionamos como ecosistemas donde unos comportamientos refuerzan a otros y viceversa.
P.- Estas cinco blue zones comparten su carácter eminentemente rural, ¿en qué sentido cree que el ritmo de vida de las urbes es contrario –como parece demostrar la investigación– al avance de la longevidad?
R.- Aquí hay información que podría ser contradictoria o paradójica, como poco. Es cierto que vivir en grandes ciudades puede afectar negativamente al estado de salud y a la longevidad debido al ritmo frenético, el estrés, la contaminación, etcétera, pero, por otro lado, las grandes ciudades concentran los mejores centros sanitarios, mayor oferta de ocio y mejor promoción de la interacción social. Lo que yo promuevo y propongo es que cada uno de nosotros nos convirtamos en nuestra propia zona azul, independientemente de dónde elijamos vivir.