España necesita una red esencial de refugios climáticos, pero de verdad
El clima ya no perdona la inacción. Todavía inundados de dolor y tristeza por las consecuencias de una situación extraordinaria como fue en nuestro país la DANA del 29 de octubre de 2024, que afectó –con distinta gravedad– a zonas de las comunidades autónomas de Aragón, Castilla-La Mancha, Andalucía, Cataluña y, muy especialmente, la Comunitat Valenciana, desde entremayores queremos poner las luces ‘medio’ largas y hacer un papel que debe ser esencial como medio de comunicación: actuar de servicio público. Con ese fin, fuera de temporalidad, tomamos un asunto que volverá a ser noticia en verano, como lo fue este pasado. Queremos poner nuestro granito de arena para despertar conciencias administrativas y que se anticipen a lo que volverá a pasar en verano: olas de calor infernal que seguramente conllevarán miles de muertos nuevamente. Queremos hablar de los refugios climáticos –que también deberían ser espacios ofertados en invierno–, una medida muy básica, a priori, pero que es la punta de lanza de una serie de medidas adicionales que habrá que poner en marcha ante los eventos meteorológicos habituales que conllevan ya, y cada vez más frecuentemente, consecuencias catastróficas. Y lo hacemos sin intención de generar un debate político, obviando el sesgo ideológico de si hay o no cambio climático, dado que hablamos de un asunto transversal que afecta a todo el mundo.
¿QUÉ SON LOS REFUGIOS?
Cuando hablamos de adaptación al cambio climático, o de cómo actuar ante fenómenos meteorológicos extraordinarios, tendemos a pensar en grandes infraestructuras –presas, paneles solares, etcétera– o en compromisos políticos que se firman en cumbres internacionales. Pero en el pulso cotidiano de las ciudades hay medidas mucho más concretas y directas: los refugios climáticos. Elvira Jiménez, responsable de Adaptación al Cambio Climático en Greenpeace España, nos lo explica de una manera sencilla: “Son espacios interiores o exteriores pensados para proteger a la población vulnerable frente a condiciones extremas. En interiores, suelen ser bibliotecas, centros culturales, centros cívicos o centros para mayores; en exteriores, parques y zonas verdes. Para ser eficaces, deben contar con una temperatura adecuada, zonas de descanso, acceso a agua gratuita, accesibilidad universal y estar abiertos en los horarios en que más se necesitan, algo esencial. Además, deben ser espacios gratuitos, algo que es también muy importante, y por supuesto, deben estar preparados para que la gente pueda pasar tiempo allí sin restricciones, sobre todo en cuanto a accesibilidad, lo que resulta especialmente relevante para personas mayores o con movilidad reducida”.
Hablamos con esta experta, porque Greenpeace presentó en verano un informe exhaustivo sobre estos lugares: Ciudades al rojo vivo: refugios climáticos y desprotección frente al calor extremo en España, que evaluaba las redes existentes de estos lugares de cobijo en las 52 capitales de provincia. Jiménez destaca la conclusión principal: “Solo el 30% contaba, al menos sobre el papel, con alguna red de refugios climáticos, lo que indica que la implementación todavía es insuficiente”. Añade que “es verdad que algunas ciudades han empezado a incorporar esta medida, pero persisten carencias importantes, especialmente en horarios, accesibilidad y condiciones de confort, incluso donde sí existen refugios”. De todas, “Barcelona es un ejemplo de red extensa, mientras que otras ciudades aún tienen muy pocos espacios adaptados”. Y esto es curioso. Cuando pensamos en calor, se nos viene a la cabeza Andalucía, Madrid… pero la necesidad de estos espacios, como subraya Elvira Jiménez, debe deslocalizarse: “Hay que desmitificar que los refugios solo se deben poner en marcha en lugares donde el calor es casi costumbre, hay poblaciones vulnerables en todas las regiones y cuya situación puede verse agravada no solo en lugares con temperaturas excesivamente elevadas”.
Y esto es algo que también se puede constatar por el sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria (MoMo), que es un mecanismo de vigilancia de la mortalidad por todas las causas, y también asociada a excesos de temperatura, que se ha implementado en la Unidad de Vigilancia de la Mortalidad diaria del Centro Nacional de Epidemiología (CNE) del Instituto de Salud Carlos III. Sus datos se aportan al Plan Calor del Ministerio de Sanidad. El informe final de este año, que abarca el periodo comprendido entre el 16 de mayo y el 30 de septiembre, arroja cifras preocupantes. En primer lugar, el sistema MoMo señala que los episodios de calor extremo aumentaron un 73% respecto a 2024; y estima 3.832 muertes atribuibles al calor en 2025, un 87,6% más que en 2024. Si nos ceñimos a agosto, mes estival por excelencia, el número de defunciones alcanzó las 2.177. Por comunidades, las más afectadas fueron Madrid, con 415 fallecimientos atribuibles a temperaturas, y Cataluña, con 361. A estas les siguieron Castilla y León (264), Comunitat Valenciana (204), Galicia (198), Andalucía (169), Castilla-La Mancha (163), Extremadura (115), Aragón (74), Euskadi (74), Navarra (47), Canarias (22), Asturias (20), La Rioja (19), Murcia (16), Cantabria (13), Baleares (4) y la ciudad autónoma de Ceuta (1). Estos son solo en agosto, repetimos. Con este saldo se justifica que estos espacios son necesarios y útiles en todo el país.
LOS MAYORES, MÁS RIESGO EN VERANO E INVIERNO
La crisis climática no golpea por igual. Las personas mayores suelen concentrar varios factores de vulnerabilidad: termorregulación menos eficiente, mayor prevalencia de enfermedades crónicas, medicamentos que alteran la hidratación y la sensación térmica, movilidad reducida y en muchos casos soledad o aislamiento social. Por eso, las olas de calor han demostrado un incremento notable en la mortalidad entre los sénior. En concreto, según estima el citado informe, de las 3.832 muertes este verano en España, el 96% de los fallecidos eran mayores de 65 años y más de la mitad superaban los 85.
Sin embargo, y de esto nos faltan datos, el frío intenso también aumenta la mortalidad invernal entre la población mayor. Por eso nos preguntamos por qué no se ponen a disposición también en invierno.

Buscando información, excepto el Ayuntamiento de Valladolid –que desde este verano cuenta con una amplia red de refugios ubicados en centros cívicos y centros de vida activa, abiertos también estos meses–, pocas más son las ciudades que anuncian estos espacios más allá de la época estival. Como nos explica José Ruiz de Villa Revuelta, subdirectora del servicio de Medio Ambiente y jefa de la Agencia Energética Municipal, “el clima de Valladolid tiene grandes contrastes. Y el invierno es una estación dura, de ahí la necesidad de poner estos espacios a disposición de la población también estos meses”.
Valladolid levanta espacios seguros frente al calor y al frío
Para la experta de Greenpeace, por su parte, “el foco está puesto en el verano porque las olas de calor se han intensificado y alargado, y la mortalidad asociada es más significativa. Sin embargo, también se debería plantear el poder habilitar estos espacios cuando haya temperaturas extremas en el rango inferior, en el rango opuesto, cuando se den estas olas de frío, sobre todo, para personas en situación de pobreza energética, algo que no hay que olvidar, o que residen en infraviviendas. Actualmente, esa habilitación invernal se centra en casos extremos y personas en situación de calle”.
¿QUÉ DICE LA CIENCIA Y CÓMO RESPONDE NUESTRO PAÍS?
La ciencia lleva décadas advirtiendo de que el calentamiento global ya no es una predicción, sino una realidad que altera el día a día. Según el consenso del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) –el principal órgano internacional encargado de evaluar el conocimiento sobre el cambio climático creado en 1988–, el planeta se ha calentado más de 1,1 grados centígrados desde la era preindustrial, y Europa es una de las regiones donde la temperatura aumenta más rápidamente. España, en particular, se calienta un 30% más rápido que la media mundial, lo que sitúa al país en el centro de un nuevo escenario climático marcado por olas de calor más frecuentes, intensas y prolongadas, así como por episodios de frío extremo menos previsibles pero igualmente peligrosos.
En paralelo, la Organización Meteorológica Mundial señala que las olas de calor son ya el fenómeno extremo que más muertes provoca en Europa. Las personas mayores –como hemos dicho anteriormente– se encuentran entre los grupos más vulnerables: su organismo se adapta peor a los cambios bruscos de temperatura y suelen acumular factores de riesgo como enfermedades crónicas, movilidad reducida o viviendas con baja eficiencia energética.
En definitiva, la ciencia es rotunda: el clima ya ha cambiado y seguirá haciéndolo. La pregunta no es si habrá más episodios extremos, sino cómo se protegerá a la población. Los refugios climáticos, por tanto, son una de las respuestas más inmediatas y efectivas. España incorpora esta medida dentro del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático (PNACC), que impulsa estrategias de resiliencia urbana para proteger la salud pública. El PNACC promueve la identificación de zonas de riesgo, la creación de infraestructuras verdes y la habilitación de lugares seguros para que la ciudadanía pueda resguardarse. La red de refugios climáticos encaja en esta lógica: son intervenciones rápidas, de bajo coste y con un impacto directo en la reducción de mortalidad y hospitalizaciones.
De cara al futuro, el anunciado Pacto de Estado contra la Emergencia Climática pretende consolidar y ampliar estas acciones. Su objetivo es que la lucha contra el cambio climático no dependa de ciclos políticos, sino de compromisos estables que garanticen financiación, coordinación entre Administraciones y planificación a largo plazo. Entre sus líneas estratégicas se prevé reforzar la adaptación urbana, mejorar los sistemas de alerta temprana y consolidar estas redes de refugios climáticos que incluyan a los colectivos más vulnerables.
“NO ES CARIDAD, ES PROSPERIDAD”
Como conclusión, podríamos decir que la implantación de redes de refugios climáticos en España muestra desigualdades claras: Barcelona lidera con centenares de espacios señalizados; otras ciudades, como Madrid o Valencia, han desplegado iniciativas más limitadas y, en algunos casos, emergentes. Diferentes estudios señalan que solo una parte de las capitales cuentan con una cobertura suficiente, y que el ratio de ciudadanos por refugio varía mucho entre municipios. Esa dispersión tiene consecuencias directas: barrios con más proporción de personas mayores y con menor acceso a servicios están en desventaja frente a episodios extremos.

La lección es simple: planificar redes no es solo marcar edificios, es garantizar transporte, comunicación y accesibilidad para quienes más lo necesitan. En este sentido, cobran especial significado las palabras pronunciadas durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2025, que tuvo lugar en noviembre en Belém (Brasil), por la presidenta de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Annalena Baerbock: “Invertir en resiliencia climática no es un acto de caridad; es una inversión en la prosperidad mundial, la estabilidad y los derechos humanos universales, pero también en el futuro del desarrollo económico”.
