Juntos pero no revueltos. La convivencia intergeneracional busca inquilinos
La convivencia entre las personas mayores y los universitarios necesita un impulso. / PEXELS
¡Convivir! ¡Qué difícil y, a la vez, qué necesario se hace en la vida poder compartir tiempo, espacio, actividades…! Si añadimos el ingrediente de la diferencia de edad, algo que puede ser tan edificante, puede ser también muy distanciador… o no. Ahora que ha empezado el curso académico, abordamos un asunto que es bien conocido, muy replicado y cuyos beneficios principales son sabidos por la mayoría: los programas de convivencia intergeneracional, especialmente, los dirigidos a estudiantes universitarios.
Estas iniciativas llevan ya varios años como una oferta más en España y, aunque los beneficios de compañía y de ahorro económico son las dos motivaciones principales para atraer al colectivo sénior y al perfil más joven, queremos ahondar en qué cuestiones psicológicas, legales o de difusión deberían ser tenidas en cuenta para formalizar esta propuesta y que adquiera un peso específico como tal. En sociedades tan envejecidas como lo es la española, y con una situación laboral y económica tan precarizada, sin duda, esta forma de estrechar lazos y ajustar bolsillos puede ser una opción realmente interesante.
Aunque pueda parecer redundante, lo primero es saber, exactamente, en qué consiste esta propuesta. Para ello, hablamos con Lourdes Bustamante Diez, coordinadora del Programa de Acercamiento Intergeneracional en la Universidad de Burgos (UBU) –departamento en el que se integra el Programa de Alojamientos Compartidos, “que lleva funcionando en la provincia burgalesa desde octubre de 2006 a través de un convenio entre la Gerencia de Servicios Sociales, la UBU y el Ayuntamiento de Burgos”. En concreto, esta iniciativa está dirigida a estudiantes de la Universidad de Burgos, “incluso, se podría valorar la participación de cualquier otra persona que pertenezca a la comunidad universitaria (profesorado y personal de Administración y servicios)”, apunta Bustamante, y a personas mayores de 60 años que vivan en Burgos. Los requisitos de participación en este caso –y que suelen ser los comunes en casi todos los programas de este tipo, con la salvedad de que puede variar, levemente, la edad del sénior– son, básicamente, para el anfitrión, “disponer de una vivienda (propia, alquilada, cedida, etcétera) que reúna unas garantías mínimas de habitabilidad”. El resto de condicionantes son comunes: “Ser una persona autónoma para el desempeño de las actividades de la vida diaria, por sí misma o con la ayuda de cuidadores informales o profesionales; estar en condiciones de salud adecuadas para una experiencia de convivencia positiva; y asumir los compromisos adoptados y aceptar las condiciones del programa”, destaca la coordinadora.
Estas iniciativas llevan décadas en España y se calcula que, en la actualidad, hay cerca de una veintena en activo; pero también existen alternativas muy novedosas y útiles. Es el caso de Kuvu, que funciona como una especie de aplicación para conocer gente –salvando todas las distancias–. En este caso, se trata de una plataforma online que conecta a la persona mayor que ofrece su hogar y a la joven interesada en alquilar un alojamiento. Eduardo Fierro, cofundador y CEO de Kuvu, nos explica que “actualmente, está disponible en diversas ciudades de España con un enfoque especial en grandes áreas metropolitanas como Madrid, Barcelona, Bilbao o Valencia, entre otras. Nuestro objetivo es llegar a más localidades donde detectamos que los factores de riesgo de la soledad no deseada como las personas mayores que viven solas y la dificultad para encontrar vivienda asequible son problemáticas crecientes. Además, estamos trabajando en alianzas con instituciones para ampliar nuestra presencia en otras áreas donde también es esencial fomentar la convivencia intergeneracional”. Y es Fierro quien, casi sin quererlo, ya nos da la pista de la esencia de este programa: combatir la soledad no deseada y encontrar vivienda asequible. Ese es el auténtico match.
CUESTIÓN LEGAL
Sin embargo, detrás de este emparejamiento tan idílico hay algunas cuestiones que convendría abordar. Si hablamos de temas prácticos, un escollo importante en este campo, y poco abordado, que también menciona Fierro, es la cuestión legal. La convivencia intergeneracional solo está reconocida en Francia. En este caso, existe un marco jurídico ad hoc que garantiza los derechos de las personas en régimen de cohabitación bajo ciertas condiciones. Para Fierro, “contar con una ley específica para la convivencia intergeneracional sería un paso transformador. En primer lugar, daría seguridad jurídica tanto a las personas mayores que aceptan compartir su vivienda como a las personas convivientes jóvenes e incentivaría la creación de más programas y plataformas similares a Kuvu, fomentando este tipo de convivencia a nivel estatal lo que, esperamos, se traduzca en una multiplicación del impacto positivo”. Y aunque es verdad que en nuestro país, este tipo de convivencia está regulada por la legislación nacional sobre la propiedad o alquiler, Fierro insiste en que “una Ley Estatal de estas características facilitaría la implementación de políticas públicas a nivel autonómico que promuevan la convivencia intergeneracional como una solución a la crisis de vivienda y al aislamiento social. Esta normativa permitiría que muchas más personas se sintieran seguras al participar en este tipo de iniciativas y abriría la puerta a nuevas formas de colaboración social”.
“Este tipo de convivencia es un intercambio mutuo de apoyo, conocimiento y experiencias”
MÁS INVESTIGACIÓN
Llevando tantos años en marcha, apenas hay evidencia y literatura científica que dé rigor a estas formas de convivir. Y esto sería importante para poder mejorar los programas. Se presupone que es una experiencia muy beneficiosa, que lo es, pero quizás podría, incluso, superarse. Mónica Salazar Villanea, doctora en Neuropsicóloga Clínica y profesora-investigadora de la Universidad de Costa Rica, junto a su entonces estudiante María José Castro, realizaron una investigación –Soledad y convivencia intergeneracional: resignificando el concepto de cuidado en la vida de las personas–, en la se incluyó la evaluación específica de algunos programas de convivencia intergeneracional entre universitarios y personas mayores que se desarrollaban en España, Países Bajos, Francia, Estados Unidos e Israel. “Los programas de convivencia intergeneracional que se documentaron, no todos buscaban un intercambio del afecto de la red socioemocional, muchos están orientados a lo funcional, a las actividades, a la frecuencia de intercambio de ciertas pautas de interacción… Sin embargo, parte de lo que el artículo buscaba era identificar si se fomentaba, si se veían en cuáles de esos programas era necesario promover ese factor socioafectivo para la sostenibilidad no solo del programa, sino de los beneficios. Desde mi perspectiva, yo diría que sí, que la afectividad en la psicología ha sido el afecto positivo y las redes de apoyo un factor protector indudable”, explica Salazar Villanea.
Sin embargo, y aquí viene el pero, debido a que no hay literatura científica suficiente sobre estas iniciativas, “las formas en que se plantean suelen ser como pautas muy optimistas, es decir, no amplían una visión crítica. En ese sentido, como psicóloga, sí que creo que sería importante que estos programas sean pensados –y los podamos pensar–, como una forma en la cual se insertan las participaciones sociales de diferentes edades para promover bienestar, y por tanto, podemos pensar en procesos de inducción, y podemos pensar en procesos que favorezcan las mejores interacciones posibles, porque sí se requiere de una capacidad de ajuste, de encuentro con la otra persona, de escucha, una capacidad de conocer a la otra persona, de interesarse por escuchar, comprender e interactuar con esa persona desde la posibilidad de un vínculo socioemocional. Eso es muy distinto a convivir con una persona momentáneamente para gestionar la comida y la limpieza de una casa en la que cohabitamos. Dado que esos dos objetivos son completamente distintos, los programas tendrían que ser diseñados diferente si quisiéramos promover la interacción que pueda hacer de soporte socioemocional”, puntualiza la psicóloga.
Despertando el interés de la convivencia intergeneracional e intercultural en Europa
LOS BENEFICIOS INDUDABLES DEL AFECTO POSITIVO
Dicho lo dicho, lo cierto es que cuesta creer que este tipo de convivencias no se multipliquen. Para Bustamante Diez, “son muchos los beneficios, pero destacaría el intercambio de experiencias y el aprendizaje de ambas personas. Comparten tantos momentos y conversaciones que aprenden muchas cosas una parte de la otra. También la ayuda mutua, la solidaridad y la amistad que se genera. Han surgido amistades que duran para siempre”.
Por su parte, Fierro coincide con ese efecto beneficioso. “Desde Kuvu medimos el impacto positivo directo de cada convivencia en la calidad de vida (relaciones interpersonales e inclusión social), soledad no deseada, mejora en la economía del hogar… tanto para las personas mayores hospedadoras, por ese ingreso extra, como para las personas jóvenes, por el ahorro. A pesar de estos beneficios directos, desde Kuvu estamos indagando en otro de los beneficios más profundos como son el impacto en la salud”.
Finalmente, y como no podía ser de otro modo, Salazar Villanea es rotunda. “Los estudios longitudinales que más han generado evidencias, y uno de esos estudios es de la Universidad de Harvard –liderado por Robert Waldinger– en donde le han dado seguimiento a las poblaciones durante más de 80 años, demuestran que el afecto positivo es uno de los principales factores protectores. Generar esta forma de convivencia y de afectividad debería ser un foco de atención en el diseño de estos programas, porque el compartir y el desarrollar interacciones guiadas, lo que se busca también es fomentar una disminución de la percepción de aislamiento, una disminución de la percepción de soledad como factor de riesgo, ya sea objetiva o subjetiva, y especialmente promover un sentido de conexión y pertenencia que es necesaria para la identidad y el bienestar emocional”.