-En cuestión de meses, el CSIC va a abrir el Centro Internacional de Neurociencias Cajal (CINC), cosa que ha promovido usted mismo. ¿Por qué la neurociencia y no otra área de estudio?
Está ampliamente reconocido que el conocimiento del cerebro y sus enfermedades está mucho más atrasado que el de otros órganos y sistemas del cuerpo. Probablemente esto tenga que ver porque se trata de una máquina muy compleja y, aunque se haya avanzado mucho en el siglo pasado, el cerebro sigue siendo un enigma. Entender el cerebro es, con toda probabilidad, el mayor reto al que la humanidad se está enfrentando ahora mismo.
Hay científicos que dicen que el cuerpo no es más que una marioneta en manos del cerebro, y este lo utiliza para desplazarse de un sitio a otro. Y si uno lo piensa con detenimiento, es así: el cerebro ordena, coordina y decide el movimiento, así como su velocidad, etcétera. No somos otra cosa que el propio cerebro. Somos cerebros andantes.
-Por esa regla de tres, la neurociencia no es otra cosa que cerebros estudiándose a sí mismos…
Es paradójico, pero sí, lo es. Además, se da la casualidad de que CINC [think] en inglés quiere decir “pensar”. Se escribe de otra manera, pero al pronunciarlo, parece que nos referimos a ese verbo.
-¿Qué va a suponer la apertura del CINC para la investigación en neurociencia?
El objetivo es que se convierta en un gran centro de neurociencias donde se aborden, de manera multidisciplinar, los problemas que nos encontramos durante el estudio del cerebro. Queremos entender este órgano y su funcionamiento más esencial, hasta comprender cómo se genera el comportamiento o cómo finalmente el cerebro falla, generando lo que yo llamo “enfermedades del cerebro”. No distinguiría entre enfermedades mentales y degenerativas, pues la mente es un producto del cerebro y, por tanto, las patologías psiquiátricas son enfermedades propias del cerebro.
Todavía estamos lejos de obtener un modelo completo del funcionamiento de este órgano, a pesar de que yo creo que los avances que se están logrando gracias a la inteligencia artificial, la computación o el manejo de big data son toda una revolución y están suponiendo un avance significativo hacia la comprensión del cerebro. Por eso, el propósito del CINC es lograr un ambiente multidisciplinar, académico y de gran nivel donde trabajar conjuntamente para dar respuesta a esa pregunta y catapultar el conocimiento sobre el sistema nervioso.
-El centro tendrá cinco áreas de investigación, de las cuales tres estarán dedicadas en exclusiva a desenredar los misterios del cerebro en cuanto a su desarrollo, maduración, fisiología y plasticidad. Pero, además, se tratará de traducir su funcionamiento al lenguaje matemático a través de la computación. En este sentido, ¿cuánto conocemos el cerebro y qué nos queda por descubrir?
Para comprender la complejidad de la tarea de entender el cerebro, hay que explicar sus propiedades básicas. Una de ellas es la cooperación entre las células del cerebro, y aquí te pongo un ejemplo. Si tomamos el hígado, que es un órgano fundamental, podemos ver que está formado por hepatocitos. Los científicos podemos aislar un hepatocito y hacer una “lista” de cosas que este puede hacer. Y si aislamos dos hepatocitos, harán lo mismo, pero por duplicado. Y si aislamos tres, por triplicado. En suma, el hígado es la suma de la actividad de todos los hepatocitos trabajando conjuntamente.
En cambio, si aislamos una neurona y listamos todo lo que puede hacer, en primer lugar, notaremos que esa lista es bastante más amplia que la del hepatocito. Pero, además, si aíslas dos neuronas y las aproximas, establecen una relación. Y esa relación no se puede predecir porque no aparece en esa lista de funciones de la primera neurona. Y cuando aíslas tres, tenemos un problema, porque harán cosas que no podemos ni prever ni predecir partiendo de esa primera lista. Y, obviamente, si tomamos los 88.000 millones de neuronas que tiene un cerebro humano, tenemos un serio problema para entenderlo. Esa es la cuestión: las propiedades de las neuronas hacen que sea necesario un estudio holístico del cerebro. Y aunque a lo largo del siglo XX la investigación neurocientífica nos ha dado muchas pautas, necesitamos un conocimiento más general para entender lo que hace el cerebro.
Además, el cerebro es un conjunto de sistemas muy especializados que trabajan coordinadamente, algo que dificulta su estudio. En el motor de un coche, los pistones, las bujías y el carburador tienen su propia función que realizan de forma organizada. En el momento en el que se produce una asincronía entre el disparo de las bujías y la entrada de la gasolina al carburador, el motor deja de funcionar y hay que llevarlo al mecánico. Algo así pasa en el cerebro, pero lo llamamos enfermedad, sea mental o degenerativa. Nuestra misión es saber cuál es el circuito que se desacopla de los demás y la causa de que eso haya sucedido.
-Una cuarta línea de investigación será la del envejecimiento cerebral. ¿Qué papel parece que puede tener el paso del tiempo en el cerebro y qué se prevé investigar dentro de esta área?
El envejecimiento cerebral tiene dos aspectos que hay que distinguir. Uno es el envejecimiento normal y el otro es el envejecimiento patológico. El envejecimiento normal es algo a lo que cualquier organismo o sistema biológico está sometido y es irremediable: envejece. Pierde capacidades plásticas, pierde elasticidad, se vuelve más rígido y, por tanto, será menos capaz de responder ante ciertas demandas. Por ejemplo, cuando una persona joven va a la compra, puede hacer mentalmente una cantidad de operaciones para calcular cuánto le va a costar. Pero cuando uno cumple 70 años, ya no es tan fácil. Tiene que esforzarse mucho para hacer esas mismas operaciones.
Ese declive cognitivo es un fenómeno normal, pero hay que estudiarlo porque podríamos prevenirlo o enlentecerlo.
El otro problema es el envejecimiento patológico, que da origen a enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson. Hay muchas más, pero son menos prevalentes y conocidas, pero el riesgo de todas ellas aumenta con la edad. De hecho, ahora mismo hay más incidencia de enfermedad de Alzheimer porque vivimos más años, y no porque antes no existiese el Alzheimer. Simplemente nos moríamos antes.
-¿Quiere decir esto que la investigación de Alzheimer y Parkinson se abordará bajo el paraguas del envejecimiento cerebral?
No. Se van a investigar los dos aspectos del envejecimiento: el patológico y el fisiológico. Porque, además, es posible que entendiendo uno se pueda entender el otro. Son dos alas del mismo pájaro. Alzheimer y Parkinson tienen una alta prevalencia, sí, pero también queremos estudiar otras patologías, como la esclerosis múltiple o la esclerosis lateral amiotrófica; u otras demencias, como las vasculares. Si no se pudieran curar estas enfermedades, sí se pueden retrasar y aliviar y por tanto mejorar la calidad de vida de las personas que las padecen.
-La quinta y última área es la de la neurociencia traslacional, que trata aspectos más farmacológicos. ¿Se podría encontrar la cura de las enfermedades neurodegenerativas aquí?
La cura de las enfermedades vendrá del conocimiento de cómo y por qué se generan. El área, que tiene que ver más con la traslación, responde al deseo que el centro tiene de trasladar a la práctica clínica los hallazgos que se produzcan en el centro. Y ahí, tenemos varias ventajas.
Por ejemplo, el CSIC va a instalar en los alrededores del CINC dos centros: el de Química Médica y el de Química Orgánica, que moverá desde el centro de Madrid a Alcalá de Henares. Los químicos desarrollan moléculas, y las moléculas se pueden convertir en fármacos. Entonces, si desde el CINC identificamos cuáles son las dianas a atacar para detener el declive cognitivo o para aliviar el dolor, los químicos podrán diseñar moléculas que activen, inhiban o interaccionen con esas dianas. Y es de esperar que, en unos años, se establezcan programas de colaboración muy intensos entre esos dos centros y el CINC.
Pero no solamente la traslación tiene que ver con que se generen fármacos que puedan aliviar o mejorar cosas, que obviamente es muy interesante. También hay que ver que, al lado del CINC, hay un hospital: el Príncipe de Asturias, con el que también estableceremos interacciones, pues allí están los enfermos y los problemas reales que se ven día a día.
Decía que no solamente tiene que ver con la generación de fármacos, pero también con herramientas que pueden ayudar a estudiar el cerebro. Por ejemplo, sondas fluorescentes que permitan ver células en funcionamiento. Hay toda un área de neurotecnología que está muy ligada a la química, que acelera el estudio del sistema nervioso y la comprensión de los mecanismos que tienen lugar durante el pensamiento.
-La idea primordial de esta área, ¿sería más bien la de encontrar esas dianas terapéuticas?
No de manera exclusiva, porque una cosa lleva a la otra. Encontrar una diana terapéutica implica poder desarrollar un fármaco o cualquier otra cosa para que interactúe con ella. Porque claro, el cerebro tiene dos aspectos principales de actuación: una es la química, pero la otra es la electricidad. Entonces, las diversas estructuras del cerebro se pueden activar con un fármaco, pero también con un estímulo eléctrico.
-¿Cree que España tiene el potencial para convertirse en un referente en la investigación del cerebro?
Lo tiene y lo está demostrando. A nivel de neurociencia, España es importante en el mundo, al menos, cualitativamente: tiene científicos de mucha calidad y neurocientíficos reconocidos internacionalmente. Pero en vez de tener diez, querríamos tener 100. La ciencia no solamente es calidad: también es cantidad. Decía Ramón y Cajal que hace falta una legión de investigadores para progresar en el conocimiento –en este caso– del cerebro, pero también de cualquier otra disciplina. La neurociencia española está muy bien considerada en el extranjero, pero es poca.
-El colectivo de la ciencia viene reclamando desde hace unos años que se invierta el 2% del PIB en ciencia. ¿Hace falta más esfuerzo político para potenciar la ciencia?
Sí. Hace falta, yo creo, un convencimiento político de que la ciencia es absolutamente necesaria y que es, primero, el motor de futuro, y segundo, la que nos va a salvar la vida cuando haga falta, como se ha demostrado con la pandemia debida al SARS-CoV-2. Pero hay que tener una visión a muy largo plazo: la ciencia y la investigación es un proceso lento, muy lento, y caro, muy caro.
La medicina avanza enormemente, y eso es lo que nos hace vivir más y mejor. Que la esperanza de vida sea mayor, que lleguemos a los 80 y tantos, incluso a los 90; que a los 65 no estemos al borde de la muerte… todo eso es posible gracias a la ciencia. De manera que el político debe tener un convencimiento de que un euro destinado a la investigación no es un gasto, sino que es una inversión a futuro.
El problema es que, en política, la rentabilización de las inversiones se hace a cuatro años vista, mientras que la ciencia funciona a largo plazo. La mayoría de los políticos pecan de cortoplacismo, y si necesitan recortar por algún lado, empezarán por la ciencia, porque no se puede dejar a los bomberos sin trajes o a las ambulancias sin ruedas. Sí, hay cosas mucho más urgentes, pero las enfermedades del cerebro también lo son, porque constituyen una autentica pandemia y cuestan mucho dinero al sistema sanitario. Pero ni se le ve la urgencia ni tampoco se invierte convenientemente en su estudio.