domingo, 25 mayo 2025
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Anna Freixas / Escritora y autora de Yo, vieja

‘El feminismo y la longevidad están poniendo en marcha una forma de vivir, de belleza y de reconciliación con el cuerpo’

Psicóloga, escritora feminista, exprofesora universitaria y una gran estudiosa del envejecimiento femenino. Hablamos con Anna Freixas sobre su último libro, Yo, vieja, un ensayo que acaba de estrenar su edición de bolsillo en las librerías
PREGUNTA.- Usted habla de que términos como ‘vieja’ se siguen usando con algo peyorativo y que es necesario resignificar la palabra. ¿Qué debería significar?

RESPUESTA.- La palabra “vieja” debería significar que hemos vivido muchos años y que estamos en un momento del ciclo vital que se llama vejez, como antes tuvimos la infancia o la adolescencia. Lo que pasa es que tiene una connotación peyorativa por la proximidad de la muerte y el hecho de que haya una pérdida de poder –porque cuando una persona se jubila pierde poder–. 

Yo trato de que hablemos con propiedad y que vejez sea una etapa de la vida y que, además, sea percibida como un logro, porque hemos pasado de morirnos a los 60 a hacerlo a los 90, es decir, que nos han regalado 30 años de vida.

P.- Se suele incidir en las pérdidas que sobrevienen con la edad, pero ¿cuáles son las ventajas que una mujer gana con los años?

R.- Hay pérdidas a lo largo de toda la vida y me hace gracia que solo nos fijemos en las que puede haber en la vejez. A mí, en vez de utilizar el término “pérdida”, en su lugar prefiero usar la palabra “cambio” porque se trata de cambios y algunos implicarán aspectos negativos y otros, positivos. 

Por ejemplo, en cuanto a lo que me estás preguntando de las ventajas, las mujeres mayores –y en esto no nos diferenciamos del hombre– hemos vivido y tenemos experiencia, más conocimientos y sabiduría. Al saber ya cómo va la vida, somos menos dramáticas, es decir, tenemos una mayor capacidad de relativizar y desdramatizar o de mirar compasivamente. La vejez nos dulcifica y nos hace mejores personas. 

Además, en el caso de las mujeres, hay una ganancia con la vejez que es muy importante: la mejora de nuestra autoestima. La autoestima nunca ha sido nuestro fuerte, sin embargo, a medida que nos hacemos mayores, quizá perdemos autoestima corporal –porque la sociedad castiga el envejecimiento–, pero tenemos una mayor autoestima personal y profesional, aunque estemos jubiladas. Nosotras con los años nos sentimos más afirmativas.

P.- En Yo, vieja asegura que “aprender a ser mayor requiere su tiempo”. ¿Cómo se aprende a ser vieja?

R.- Parte del rechazo que existe acerca de la vejez tiene que ver con el imaginario, con lo que pensamos que es la vejez. En el caso de las mujeres, cuando pensamos en una vieja, nos imaginamos a una señora encorvada, con su moño, vestida de negro y arrastrando los pies. Esto es un imaginario de cuento, es un imaginario falso. Si tú te paras en la esquina de una ciudad y observas a los hombres y mujeres viejos desplazándose por las calles –incluso con andador–, tienen una presencia y un estar diferente a ese imaginario. 

En el caso de las mujeres, el problema que tenemos es que no hemos tenido una imagen de mujer vieja, con poder. Ahora hay algunas: directoras de banco, actrices importantes, escritoras, políticas, economistas… es decir, quizá nos han faltado modelos, aunque es verdad que puede ser una ventaja, ya que podemos envejecer como queramos. 

Se aprende a ser vieja viviendo y en compañía de otras personas que también están probando y ensayando este camino, porque estos 30 años que nos ha regalado la vida no sabíamos cómo vivirlos.

P.- Explica en el libro que se está haciendo una propaganda excesiva del envejecimiento activo, como forma de esquivar la vejez. De nuevo, queda implícito lo negativo que supone envejecer y parece, además, que se responsabiliza a las propias personas del fracaso por no alcanzar una juventud eterna. ¿Hay que escapar de esta rueda o no nos queda otra que abrazar este concepto?

R.- Evidentemente, el envejecimiento pasivo, sentado en un sillón con un mando a distancia, es fatal. Ahora bien, yo lo que critico es la práctica que se ha hecho de ese buen concepto. La práctica del envejecimiento activo no debe reducirse a la actividad física, a hacer senderismo, gimnasia… esto está bien para los que quieren hacerlo y para los que pueden, pero no podemos castigar a los que no pueden llevarlo a cabo.

Además, a veces este concepto de envejecimiento activo impide un envejecimiento más reflexivo. Una de las grandes ventajas de la vejez, y a partir de la jubilación, es poder empezar a plantearte cosas de tu vida o hacer un balance: ¿Qué has hecho?, ¿qué has vivido?, ¿cómo ha sido tu vida hasta ahora? Y en este sentido, puedes preguntarte qué hacer a partir de ahora o cómo transformar tu vida. 

Es decir, hay un envejecimiento que realmente requiere actividad, pero no podemos castigar al que no quiere o no puede. Por ejemplo, señalando a alguien que tiene una enfermedad por no haber hecho deporte. Tenemos que pensar un poco en la diversidad de opciones y en la libertad.

P.- Nuestra sociedad concibe un solo modelo de belleza y está estrechamente vinculado a la juventud, sobre todo si nos referimos a la mujer. ¿Cómo podemos desembarazarnos de estos aspectos culturales patriarcales y empezar a ver belleza en la vejez?

R.- Vivimos 90 años y si la belleza empieza a perderse a los 35 o 40 años, nos quedan otros 50 en los que tenemos que sentir ira y vergüenza por nuestro cuerpo. ¿Qué se supone que tenemos que hacer? ¿Arruinarnos para transformar nuestro cuerpo? ¿Hacer chorradas con nuestra vida y con nuestro cuerpo? Todo esto sucede porque no se ha definido un modelo de belleza que incluya todos los signos de la edad: las arrugas, las canas, el andar, la forma del cuerpo… Todo esto no tiene por qué ser material de desecho o material quirúrgico, sino algo que nosotras respetemos y valoremos. 

P.- El feminismo es una parte nuclear de Yo, Vieja y de sus investigaciones gerontológicas. En el libro, sugiere que la sociedad niega el atractivo a las mujeres mayores, pero no solo eso, también que se siguen ignorando los problemas de la mujer y las particularidades de su cuerpo a la hora de envejecer. ¿Cree que esto es preocupante?

R.- Es preocupante porque produce infelicidad a las mujeres. Ya lo decía Susan Sontag: “En nuestra sociedad, mientras los hombres maduran las mujeres envejecen”. Por ejemplo, a una mujer con canas no se le ve igual que a un hombre. Gracias al feminismo y a la longevidad adquirida estamos poniendo en marcha una forma de vivir y de estar, de belleza y de reconciliación con el cuerpo. 

Yo me decido mucho a mirar a las viejas en las ciudades y veo que ya hay muchas mujeres que marcan un estilo, en el que no se pretende tener a los 60, 70 u 80 un cuerpo Barbie. Se pretende tener un estilo con glamur y elegancia, pero con un cuerpo que dice: “Aquí estoy yo con mis 75 u 85 años”.

P.- En el libro aborda el tema de los cuidados, cuestión que parece reservada para las mujeres. Dice que las mujeres tienen “vidas enotrizadas”, diseñadas para los demás. ¿Sigue pesando esta obligación de cuidar en las mujeres mayores?

R.- Soy optimista y creo que las cosas empiezan a cambiar, aunque muy lentamente. Por ejemplo, el permiso de paternidad está implicando a los hombres en la crianza y es importante porque ahí se empieza a cuidar. Es verdad que a cuidar se aprende cuidándose a uno mismo y quien no se cuida a sí mismo, no puede cuidar. 

Está claro que el enorme peso de los cuidados lo sostienen las mujeres y, desde luego, las mujeres mayores. Esto es reconfortante para ellas, porque cuidar, en general, es gratificante, pero es también algo que te hace polvo, que supone un impuesto fortísimo sobre la salud física y mental. 

Lo que no puede ser es que las mujeres seamos campeonas en el consumo de antidepresivos y ansiolíticos. Según la Organización Mundial de la Salud, las mujeres enfermamos, pero no por el hígado, el riñón, ni nada de eso, sino por el estilo de vida. Con este mandato del cuidado, dormimos menos, tenemos menos tiempo de ocio, trabajamos más horas, asumimos responsabilidades sobre las que no tenemos poder, somos las pobres del planeta... 

Si los hombres cuidaran, llegarían mejor a la vejez. Uno de los problemas de los hombres al envejecer es el hecho de que no se han cuidado y no han aprendido a cuidarse y, por lo tanto, se sienten desvalidos cuando tiene que asumir las tareas de asuntos de intendencia personal o de cuidados de otra persona. Si ellos cuidasen también llegaríamos mejor nosotras a la vejez, porque no llegaríamos con estos cuerpos hechos polvo por la dedicación exclusiva al cuidado.

P.- Y en el sentido contrario, ¿le cuesta a la mujer pedir ayuda o apoyo cuando necesitan cuidados?

R.- Hace unos años, El País sacó una encuesta en la que preguntaba a hombres y mujeres quién les cuidaría cuando fueran mayores. Era increíble comprobar que todos los hombres sabían quién les iba a cuidar –siempre una mujer: su cuñada, su hermana, su hija, su mujer…– y un porcentaje altísimo de mujeres respondía que no sabía quién les cuidaría. Esto indica que las mujeres no tienen la seguridad de que vayan a recibir una contrapartida a su donación gratuita del tiempo. Además, como sabe cómo cuesta cuidar, tampoco quieren cargar este peso sobre sus hijos e hijas.

P.- Dedica todo un capítulo a hablar de lo que están hartas las mujeres mayores, como del lenguaje que se utiliza o del infantilismo en el trato. ¿Hay que protestar o señalar al menos estos microedadismos como que te llamen abuela sin serlo?

R.- Esto es una cuestión insoportable. Es insoportable que te hablen con diminutivos, que te llamen abuela o que se use un tono que casi ya no se usa ni con los bebes. En fin, es una falta de respeto a la mente. Es decir, somos viejas, pero tenemos la cabeza en su sitio, podemos estar algo sordas, pero puedes hablarnos bien, de manera que te entendamos. 

Esta afrenta, porque lo vivo como una afrenta, cambia a través de la denuncia que hacemos algunas personas en los medios de comunicación, pero luego también es una pelea casi individual. 
Este microedadismo no supone un acto de mala fe por parte de la gente que los profiere, pero como dice una amiga mía, es un acto de estúpida fe. En realidad, quieren mostrarse afectivos, cariñosos y afables, pero te puedes mostrar así sin necesidad de estupidizarte.

P.- Apunta que la curiosidad es una de las claves para  “envejecer con pasión”. ¿Cómo pueden mantener la curiosidad las mujeres mayores cuando la tendencia es invisibilizarlas o alejarlas de la participación social?

R.- La participación social y mantener la curiosidad es fundamental para envejecer. El hecho de que las mujeres hayamos podido acceder a la educación y, con ello, a la cultura y al trabajo remunerado ha cambiado mucho la situación. 

Las mujeres envejecemos mucho mejor que los hombres y es porque tenemos curiosidad. ¿Quién va a los teatros? Las mujeres. ¿Quién compra libros? ¿Quién va al cine? ¿Quién asiste a conferencias? Las mujeres. Nosotras somos la audiencia silenciosa de la cultura de nuestro país y yo creo que esto juega mucho a favor de un buen envejecimiento.

P.- Su libro, que alude a las mujeres mayores, y que va dirigido a ellas, con recomendaciones directas al final de cada capítulo, ¿diría que su lectura también puede valer para los hombres o mujeres más jóvenes?

R.- Por supuesto. Fíjate que el subtítulo del libro pone: “Apuntes de supervivencia para seres libres”. Ahí no puse mujer y justamente es un guiño a los hombres y a las chicas jóvenes. 

Sabes que cuando escribes un libro, luego este tiene vida propia. En el año y pico que lleva Yo, vieja funcionando he aprendido que interesa a mujeres bastante más jóvenes, incluso menores de 40 años. Se sienten implicadas e interpeladas por el libro. Esto ha sido un descubrimiento por mi parte, que lo he comprobado en las conferencias y presentaciones.

Estuve en un pódcast con una chica de 38 años que me dijo que había leído Yo, vieja y que pensaba que realmente era para ellas. Al final del programa dijo: “Y también para chicas más jóvenes” (risas). Me ha pasado muchas veces y yo misma me he sorprendido.

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Horacio R. Maseda
Horacio R. Masedahttps://entremayores.es/
Licenciado en Periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca. Cubre la información empresarial de entremayores y la edición de Euskadi.

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