domingo, 17 noviembre 2024
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EDITORIAL

Los invisibles

Todos tenemos ejemplos cercanos, porque bien nuestros abuelos bien nuestros padres –u otros parientes próximos– han necesitado de cuidados en algún momento de su vida [...]
Todos tenemos ejemplos cercanos, porque bien nuestros abuelos bien nuestros padres –u otros parientes próximos– han necesitado de cuidados en algún momento de su vida. Sabemos que no se trata de una situación excepcional, a nuestro alrededor las personas enferman y necesitan atenciones; o envejecen y aparecen las incapacidades, los deterioros. 

Quien más y quien menos conoce a alguna persona cuidadora. Las vemos en las residencias, en los centros de día, en los hospitales, también atendiendo en las casas. A veces son profesionales del cuidado, a veces trabajadoras del hogar con más labores que las propias de limpieza. Incluso puede que usted sea una persona cuidadora –probablemente mujer, en ese caso–, que ha tenido que amoldar su vida a las nuevas circunstancias familiares, invirtiendo parte de su tiempo libre (y ocupado), llenado su cabeza con nuevas preocupaciones, y pidiendo  una excedencia o una reducción de la jornada en el trabajo para poder ocuparse de otra vida más aparte de la suya.

Las personas cuidadoras son una figura muy presente, pero sin presencia, a veces se diría que invisible. Tenemos un estado del bienestar que se ocupa de las jubilaciones, porque seremos mayores; de la prestación de desempleo, cuando ingresamos en el paro; de la sanidad, porque enfermamos..., pero que desatiende parte de los cuidados, a pesar de que los damos o los necesitamos, a pesar de ser literalmente vitales, de condicionar nuestra existencia y de sostener nuestro actual modelo  económico y social.

El pasado 29 de octubre se celebró, por primera vez, el Día Internacional de los Cuidados y el Apoyo, un reconocimiento tardío, pero que apunta hacia un cambio de paradigma en el continente, con una Comisión Europea preocupada (ahora sí) por desarrollar una estrategia de cuidados en toda Europa, y que apela a sus Estados miembro a mejorar la calidad y el acceso a los cuidados.

También, este 5 de noviembre, se le dedica un día a las propias personas cuidadoras, tanto profesionales como informales, una efeméride que se instauró hace menos de una década, y que sirve para insistir en la necesidad de un mayor apoyo e inversión.

Por tanto, se trata de invertir en lo que llamamos ‘cuidados de larga duración’, que es un necesidad, pero también un potente sector. También precisamos con urgencia prestigiarlos y acreditarlos como es debido.
Destinar fondos a este cometido es importante para cuestiones concretas como la mejora de las condiciones laborales y los salarios de las personas cuidadoras, lo que  crearía empleo, resolvería la escasez de la actual mano de obra y, además, atraería y retendría el talento asistencial. Además, es imprescindible para aupar la participación de las mujeres en el mercado laboral, ya que son las principales responsables de estos cuidados (en España representan casi el 90%).

Por otro lado, y atendiendo a los más de 65.000 personas cuidadoras familiares que hay en nuestro país, financiar los cuidados también significa ofrecer prestaciones económicas que realmente resuelvan su situación, dándoles acceso a una mejor formación y un asesoramiento adecuado, o derecho a recibir atención psicológica cuando sea necesaria –siempre lo es–. Las personas cuidadoras informales tienen que saber dónde acudir para buscar esta ayuda y apoyo, o para mitigar su desgaste físico y emocional diario.

Finalmente, y como sociedad, tenemos la obligación de no mirar hacia otro lado y de reconocer, como se merece, la labor de las personas cuidadoras. Si admitimos el valor  de los cuidados, entonces dejemos de menospreciar a las personas que los ofrecen. 

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