jueves, 13 marzo 2025
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Vivir con VIH es posible y envejecer con él, también

El 50% de las personas que vive con el virus en países de ingresos altos tiene más de 50 años. Aunque la esperanza de vida no se ha igualado completamente a la de las personas sanas, la diferencia se estima en unos diez años
1981. Ese fue el año el que los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos reconocieron por primera vez la existencia del VIH. Sin embargo, se cree que el Virus de la Inmunodeficiencia Humana empezó a ser transmitido a hombres y mujeres ya a principios del siglo XX

Desde que se desató esta pandemia, se estima que en torno a 39 millones de personas han perdido la vida en todo el mundo. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2015, había 36,7 millones de personas infectadas. Sin embargo, el número de afectados por el virus desciende cada año gracias a la prevención y a la aplicación de tratamientos antirretrovirales, que son los que se emplean para abordar esta enfermedad. Además estas medicaciones evitan la transmisión del virus. Como consecuencia, no solo se contagian menos personas, sino que las que ya están infectadas pueden vivir durante más tiempo y con mayor calidad de vida.

El doctor Esteban Martínez –consultor del Servicio de Enfermedades Infeccionas del Instituto Clínico de Medicina y Dermatología del Hospital Clínic de Barcelona e investigador del Institut d’investigacions Biomèdiques August Pi i Sunyer– indica que “el tratamiento antirretroviral ha sido el factor esencial” para conseguir mejorar la esperanza de vida de estas personas. 

“En la década de los 90 aparecieron los inhibidores de proteasa y eso cambió la historia del Sida. De ser una infección necesariamente mortal se pasó a una enfermedad crónica”, explica. En este sentido añade que “la eficacia podía conseguirse, pero a un alto precio de incomodidad y toxicidad, ya que el tratamiento debía realizarse de manera indefinida. A partir de ese momento, se buscaron medicamentos que mantuviesen la eficacia pero que fuesen más sencillos, mejor tolerados y menos tóxicos. A la vez, se fue mejorando cómo usar de la mejor manera el tratamiento. Lo ideal era tratar la infección desde el primer momento, desde el diagnostico, sin necesidad de esperar”.

“Aparte de las mejoras en el tratamiento antirretroviral, se ha luchado por conseguir diagnosticar a los pacientes de forma precoz, al menos antes de que se produzcan daños inmunológicos irreversibles. Eso también ha influido favorablemente en la esperanza de vida”, aclara. Asimismo, comenta el doctor Martínez, “se ha reconocido la importancia de prevenir y de tratar de la mejor manera posible las enfermedades crónicas que pueden tener las personas portadoras de VIH a medida que se hacen mayores. Cada vez más, los médicos y sobre todo los pacientes han ido adquiriendo conciencia”.

Por su parte, el doctor Bonaventura Clotet –presidente de la Fundación Lucha contra el Sida, director del Instituto de Investigación del Sida IrsiCaixa y jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Germans Trias i Pujol– indica que “el uso de los antirretrovirales ha alargado significativamente la esperanza de vida de los pacientes: hoy en día, el 50% de las personas que viven con el VIH en países de ingresos altos tienen más de 50 años”. Sin embargo, explica, “la esperanza de vida no se ha igualado completamente a la de las personas sanas. La diferencia se estima en unos diez años, en función de cuándo se haya iniciado el tratamiento: cuanto más precozmente se haya empezado la terapia antirretroviral tras la infección aguda, menos impacto tendrá el virus en la esperanza de vida”. 

LAS CONSECUENCIAS DE ENVEJECER CON EL VIRUS
A menudo, las personas mayores están polimedicadas y padecen problemas de salud asociados a la edad. Esto afecta a la hora de tratar el virus. “Los medicamentos son buenos para lo que están indicados, pero tienen el riesgo de toxicidad y de producir interacciones con otros medicamentos”, declara el doctor Martínez.

En esta línea, Clotet aclara que “hay algunos problemas derivados de la interacción entre los antirretrovirales y otros medicamentos”. “A partir de los 40 o 50 años, las personas empezamos a tomar pastillas para controlar la tensión, el colesterol, la glucemia, la depresión, el insomnio, etcétera. En el caso de los pacientes de VIH, estos fármacos compiten con los antirretrovirales, lo que puede aumentar o disminuir la eficacia y los efectos tóxicos de unos u otros. A la hora de decidir el tratamiento antirretroviral hay que tener en cuenta los otros fármacos que toma el paciente para patologías concomitantes”, señala.

Como dice, “a la mayoría de personas con VIH que hoy tienen más de 50 años se les diagnosticó la enfermedad a mediados de los 80 o 90, cuando los medicamentos no estaban tan desarrollados y producían mayores efectos secundarios. Por ejemplo: toxicidad a nivel renal, pérdida de densidad mineral ósea (osteoporosis) o aumento del riesgo cardiovascular. Esto hace que estos pacientes presenten más morbilidad y requieran controles médicos más continuados”.

Eso sí, ambos expertos hacen hincapié en que sí que es posible llevar a cabo un envejecimiento saludable si se padece VIH. “Hay cosas que no se pueden cambiar, como la edad o el daño inmunológico que provocó el VIH antes de realizar el tratamiento antirretroviral. Pero, como cualquier persona, el portador puede valorar hacer una vida saludable, en lo que respecta a dieta, ejercicio y no consumo de drogas. Es especialmente importante evitar el tabaco ya que es muy frecuente e influye negativamente en muchas enfermedades crónicas y es un factor potencialmente evitable.  Hoy en día, los portadores de VIH en tratamiento antirretroviral tienen más riesgo de morir por el tabaco que por el propio VIH”, explica Martínez.

OBJETIVO: ENCONTRAR LA CURA 
El doctor Clotet tiene claro de que sí se conseguirá descubrir la cura contra este virus, “lo que es imposible es predecir cuándo. Estamos trabajando de forma incansable para intentar que el camino hacia el final del sida sea lo más corto posible”.

En cambio, el doctor Martínez afirma que “si por curar se entiende eliminar el virus del organismo, es probable que no se consiga. El VIH se integra en el genoma de las células a las que infecta y puede permanecer silente pero con la capacidad de replicarse durante años. Otras infecciones virales, como las producidas por herpesvirus, también persisten de forma indefinida una vez que una persona se infecta”.

LA EXCLUSIÓN SOCIAL QUE CONTINÚA
“A nivel científico se ha avanzado mucho y muy rápido en los últimos años. Lamentablemente, a nivel social el cambio no ha sido tan radical. Hoy en día siguen existiendo tabúes y estigma alrededor del VIH, y muchos lo viven en secreto. Para las personas con VIH opositar a cuerpos de seguridad, contratar una hipoteca o un seguro médico o viajar a ciertos países es muy complicado, cuando no imposible”, declara Bonaventura Clotet. 

Una de las consecuencias más habituales de este rechazo social y que se da especialmente en la población mayor infectada es la depresión. “La depresión es frecuente en los portadores de VIH, independientemente del país. Influyen diversos factores como el estigma de la infección y la dificultad para comunicar el diagnóstico a otras personas cercanas o queridas, las carencias sociales y económicas, los cambios corporales negativos que se producían en el pasado, el consumo de tóxicos, etcétera”, aclara el doctor Martínez.

En esta línea, señala que a menudo existe un infradiagnóstico con respecto a la misma: “A pesar de que es más frecuente en las personas VIH positivas, la depresión puede pasar desapercibida”. Esto se puede deber, como dice, a que “la depresión es un diagnóstico clínico que lo hace un médico que conoce la enfermedad, no tiene análisis o radiografías. Los médicos de VIH a veces no tienen una formación psiquiátrica básica para reconocer la depresión”. Martínez asegura que, en muchas ocasiones, se deriva al paciente al psiquiatra, pero que el problema se produce cuando este no llega a asistir al especialista a consecuencia de la depresión que está sufriendo o a causa de otros problemas.

¿EXISTE UNA ADECUADA CONCIENCIA SOCIAL?
“Creo que no”, declara el doctor Esteban Martínez. Y es que, como dice el experto, “no hay los programas de prevención generalizados que había hace años. Los adultos de una cierta edad recordamos campañas como la de ‘Póntelo, pónselo’ de principios de los años 90. Ahora ya no hay campañas de este tipo. En la actualidad, parece que no existen riesgos de transmisión del VIH. Los jóvenes no lo piensan. Parece que ya no hay riesgo, y si lo hay no me va a tocar a mí”.

Lo mismo opina el doctor Clotet: “El hecho de que, en la mayoría de los casos, el virus ya no sea mortal en nuestro entorno, hace que no seamos tan conscientes del peligro y que el uso del preservativo no sea tan generalizado como se debería. Incluso muchas de las personas que lo usan  de forma habitual, reconocen haber tenido sexo desprotegido en alguna ocasión”.

INFRADIAGNÓSTICO Y DESCONOCIMIENTO
El infradiagnóstico se relaciona a menudo con el VIH. “Existe un tanto por ciento elevado de diagnóstico tardío (46%)”, explica Clotet. “Un objetivo a nivel global es conseguir diagnosticar a la mayoría de personas con VIH para que empiecen cuanto antes el tratamiento. De hecho, el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida (ONUSida) se marcó el objetivo ‘90-90-90’ para 2020 en todo el mundo: que el 90% de personas con VIH esté diagnosticado; de este, que el 90% reciba tratamiento; y de estas personas, que un 90% alcance la supresión viral (indetectables)”, añade. 

En el caso de España, como indica, “recientemente se ha implementado el test de autodiagnóstico del VIH sin receta en farmacias, también con el objetivo de mejorar estas cifras de infradiagnóstico”. De hecho, del total de portadores del virus que hay en España, se calcula que entre un 20 y un 25% no saben que lo son. “En las primeras semanas de la infección, en algunos casos, las personas pueden sentirse enfermas como si tuvieran la gripe. Es la respuesta natural del cuerpo a la infección. Después, empieza una fase más o menos larga (puede llegar a durar varios años), en la que las personas infectadas pueden no tener ningún síntoma ni sentirse enfermas. La única forma de saber si estás infectado, es hacerte la prueba”, comenta el experto. 

Martínez añade que “la infección por VIH puede pasar desapercibida”. A esa fiebre y a otras molestias, que comentaba Clotet, “muchas veces no se les da importancia o se considera erróneamente que pueden ser algo banal, como una gripe. Si la persona no se encuentra mal, sigue haciendo su vida normal y, si no sabe que está infectada, no toma precauciones y puede contagiar a otra persona. Si la infección se produce en una persona que no percibe el haber tenido riesgo de infección, el diagnóstico de VIH se puede demorar hasta que aparezcan otros problemas de salud más serios, que son los que pueden llevar al médico a considerar la posibilidad de infección por VIH”. Es por ello que Clotet insiste en la importancia del diagnóstico: “Si el VIH no se diagnostica y no se trata, el sistema inmunológico se deteriora hasta que surgen las enfermedades oportunistas y neoplasias que definen el Sida y que pueden provocar la muerte”.

“El desconocimiento y el miedo se traduce, por ejemplo, en que muchas personas que se han expuesto a una conducta de riesgo tengan miedo a hacerse la prueba. Hay que recordar que, lo más peligroso del VIH, es no saber que estás infectado. El diagnóstico precoz es clave ya que, cuando alguien es diagnosticado y recibe tratamiento, puede llegar a controlar el virus hasta un estado de supresión permanente durante décadas. El VIH se convierte en indetectable en la sangre (aunque no es eliminado por completo del organismo), y en ese momento es intransmisible a otras personas”; explica. En este sentido, Clotet concluye: “En un mundo en el que el 100% de personas con VIH recibieran tratamiento antirretroviral de forma efectiva, la epidemia se acabaría”.

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