Sobre el sistema de cuidados y escucharse más

La mejora del sistema de cuidados es uno de los retos del presente. No solo por una cuestión de dignidad humana, ya que va en beneficio de personas con alguna dependencia, mayores y, de alguna manera, las personas vulnerables, sino también por una cuestión práctica, que tiene que ver con la sostenibilidad, entendida como aquello que se sostiene, que perdura en el tiempo sin agotar los recursos.
En el último mes, dos noticias mantienen este tema en el centro del debate: por un lado, el anuncio del Gobierno de un futuro real decreto para garantizar una alimentación saludable en hospitales y residencias –similar al que ya aprobó en los colegios–; por otro, la discusión en torno a la reducción de la jornada laboral y su impacto en sectores como el sociosanitario, donde ya existen importantes dificultades para contratar o mantener a sus profesionales.
Ambas iniciativas comparten un propósito loable: mejorar la calidad de vida de las personas, ya sean usuarias del sistema o trabajadoras del mismo. Y, sin embargo, también han despertado inquietudes entre algunas de las voces del sector, que reclaman no tanto un rechazo a los cambios como una mayor implicación en el proceso de toma de decisiones.
Patronales como FED, Aeste o Ceaps han señalado, en diversas ocasiones, la falta de diálogo real con la Administración, alertando de la desconexión entre los despachos y la realidad que se vive en los centros. Una preocupación que, por otro lado, también comparten muchas entidades sociales que trabajan a pie de calle, aunque por motivos diferentes: falta de recursos, de reconocimiento o de visión a largo plazo.
Es fácil caer en la tentación de simplificar este debate en dos extremos enfrentados: por un lado, quienes defienden la necesidad urgente de reformas profundas, centradas en las personas cuidadas; por otro, quienes alertan de los riesgos de imponer cambios sin atender a las condiciones materiales y técnicas. Sin embargo, la realidad es más compleja. En el cuidado –como en la política o en los negocios–, las buenas intenciones no bastan si no se traducen en medidas viables.
Pensemos, por ejemplo, en la alimentación en residencias. ¿Quién puede oponerse a que las personas mayores coman mejor, con más raciones de frutas y hortalizas de temporada, más alimentos de producción ecológica, limitando las frituras o los alimentos procesados? No obstante, garantizarlo implica revisar contratos, formar al personal, adaptar las cocinas… cuestiones que, a su vez, requieren de presupuesto, tiempo y, sobre todo, coordinación entre quienes diseñan las normas y quienes deben aplicarlas.
Lo mismo sucede con la jornada laboral: reducirla es un paso positivo para mejorar la conciliación y el bienestar de los trabajadores, pero sin una estrategia clara de sustitución, financiación y reorganización, corremos el riesgo de sobrecargar a los empleados o de encarecer o reducir los servicios.
José Mujica, expresidente y gran pensador uruguayo recientemente fallecido, dijo una vez en una entrevista que “gobernar es convencer”, es decir, sumar miradas y esfuerzos en una misma dirección (o parecida). Y para ello, hace falta algo tan básico como difícil en estos tiempos que corren: escuchar. No solo hablar, sino escuchar de verdad a las profesionales que cuidan, a las personas mayores que reciben esos cuidados, a las entidades que luchan por conservar sus servicios con presupuestos ajustados, y también a las patronales que alertan (con razón o sin ella) de los obstáculos que enfrentan.
Es comprensible que el Gobierno quiera marcar un rumbo definido. También, que el sector reclame viabilidad; pero si cada parte solo escucha sus propios argumentos y reduce los del otro a una cuestión de ideología o de beneficios, no habrá reforma que funcione.
La mejora del sistema de cuidados debe ser, ante todo, un proyecto compartido, en el que incluso, como sucede con los polos, los contrarios se atraigan. Para lograrlo, el primer paso no es legislar, ni siquiera, negociar. Empecemos un diálogo, con voluntad, humildad y con el convencimiento de que cuidar mejor exige también escucharse más.