sábado, 26 abril 2025
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EDITORIAL

Los tres ochos

Seguro que conocen la teoría de los tres ochos, una fórmula que se convirtió en lema en las reivindicaciones obreras del 1 de mayo de 1886, en la famosa huelga de las fábricas de Chicago [ ...]
Seguro que conocen la teoría de los tres ochos, una fórmula que se convirtió en lema en las reivindicaciones obreras del 1 de mayo de 1886, en la famosa huelga de las fábricas de Chicago, que acabó en revuelta y que hoy conmemoramos como Día Internacional del Trabajador. “Ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para la casa”, así rezaba. 

Esas ocho horas para la casa simbolizan también el tiempo que hoy dedicaríamos al ocio, que nos sirve de distracción de nuestras labores cotidianas y que, junto al descanso, son imprescindibles para rendir en el trabajo o, más bien, para rendir a secas, para poder vivir.

No obstante, este mes en realidad quiero hablarles de otro día internacional, el que dedica el 5 de noviembre a las personas cuidadoras, no solo a las profesionales, también a las que solemos llamar cuidadoras familiares o informales, y que emplean mucha parte de su tiempo en atender a personas con dependencias físicas o enfermedades neurodegenerativas. 

Cruz Roja habla de que el 62% de estas personas cuidadoras invierten más de seis horas al día realizando estas tareas. Además, la Confederación Española de Alzheimer (Ceafa) señala que el 80% de las personas que tiene alguna demencia es atendida por sus familias, las cuales suelen tener muchas dificultades para compaginar esos cuidados con el trabajo y su vida personal. El 12% acaba abandonando el trabajo y el 30% tiene que hacer reajustes, lo que aumenta sus gastos y, por supuesto,  reduce sus ingresos. 

Esta problemática es todavía más preocupante porque la mayoría de personas cuidadoras, según los datos de Ceafa, son mujeres de entre 45 y 65 años, una franja de edad donde el paro es muy alto. De hecho, la EPA cifra en más de 850.000 los desempleados senior y apunta que el 55% de las personas que superan los 55 años, y están sin empleo, son mujeres.

Entonces, nos encontramos con varios problemas: por un lado, tenemos a personas con dependencia que necesitan cuidados y, por otro, a personas que precisan de formación, de tiempo material para poder cuidar –con políticas de conciliación familiar– y de apoyo económico y psicológico, porque esta tarea tiene repercusiones en su salud, tanto por cuestiones físicas (fatiga, alteración del sueño...), como anímicas (tristeza, irritabilidad…), además de trastocar su vida social, aislándolas en muchos casos.

En la actualidad, muchas  organizaciones (como las mencionadas) se afanan en visibilizar a estas personas y ofrecer iniciativa que les faciliten la vida. Aportar un área de respiro a este colectivo, organizar grupos de apoyo mutuo, editar guías o realizar talleres de formación son iniciativas indispensables que se deben seguir fomentando.

Sin embargo, y por desgracia, no serán suficientes. Las Administraciones y el Estado tienen mucho margen de maniobra. Empezando, por ejemplo, por invertir más en políticas sociosanitarias. Según datos de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales (ADGSS), el incremento del gasto en políticas como la sanidad, la educación o los servicios sociales, gestionadas por las comunidades, solo ha sido del 7% entre 2019 y 2021, muy poco en comparación al aumento que ha habido en el resto de departamentos, que fue del 34%, en ese mismo periodo. 

Entonces, estamos ante una cuestión de prioridad, de plantear una distribución lógica de los presupuestos públicos, que incidan allí dónde más se necesitan. Es de esta manera como podemos resolver un rompecabezas que, por razones demográficas (y del aumento de la esperanza de vida), solo va a ir a más.
Si no actuamos, seguiremos teniendo a millones de personas que, por fuerza, deben hacer equilibrios todos los días, sin vacaciones ni festivos que valgan, quitando horas de ocio y de sueño, para atender a personas que tienen derecho a una atención y unos cuidados dignos.

Así que, quizá, para que esa teoría de los tres ochos no se nos rompa en mil pedazos, deberíamos plantear este dilema como una oportunidad de matar dos pájaros de un tiro: remunerando esta labor como lo que es, un trabajo, y contratando a los que ya lo hacen gratis y que, como saben, son los que más papeletas tiene para formar filas en la cola del paro.

 “Ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para la casa”, así rezaba.

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