EDITORIAL
Los estereotipos
Puede que pasase un poco desapercibido: a principios de junio, cuando el Gobierno aprobó el proyecto de Ley de protección integral a la infancia y a la adolescencia frente a la violencia [...]
Puede que pasase un poco desapercibido: a principios de junio, cuando el Gobierno aprobó el proyecto de Ley de protección integral a la infancia y a la adolescencia frente a la violencia, nos enteramos de que la norma además llevaría aparejada la regulación de los delitos de odio y, entre ellos, estaría la edad como causa de discriminación. Es decir, el edadismo entraba en el Código Penal.
De un tiempo a esta parte, esta problemática parece estar más de actualidad que nunca. Sobre todo, tras comprobar su repunte en la crisis sanitaria de la Covid-19. Lo comentamos en este mismo espacio editorial, en el que señalamos el menosprecio inconsciente hacia las personas mayores durante la pandemia, pero ahora se empieza a analizar también si las medidas postcoronavirus están aumentando el edadismo en todo el mundo.
A esta conclusión parece llegar la ONG HelpAge International, tras estudiar las estrategias de 48 países. Según su análisis, estamos volviendo a la llamada nueva normalidad con medidas mucho más restrictivas para el colectivo senior y esto es un tipo de discriminación. Sabemos que cuantos más años, mayor es la mortandad del virus, pero también sabemos que la diversidad de este grupo de riesgo es una característica que pocas veces se tiene en cuenta: un colectivo heterogéneo en el que se engloba, por ejemplo, a personas de 60 y de 85 años, que poco o nada tienen que ver en cuestiones sociales, económicas o de salud.
Precisamente, en las discriminaciones (de género, raza, edad...) siempre aparecen los prejuicios, estereotipos que proponen un único modelo o perfil para todo. Y el edadismo es eso, generalizar, negar la diversidad por una cuestión que puede ser práctica, pero que no es ni realista ni humana.
No obstante, también cabría preguntarnos por qué estos estereotipos de los mayores son negativos. ¿Siempre ha sido así? Hace cinco años, un estudio de la Universidad de Yale descubrió que estos prejuicios hacia la vejez pasaron de positivos a negativos a lo largo de los últimos 200 años. Una de las causas que intentaba explicar este fenómeno era la cada vez mayor medicalización del envejecimiento.
Debido a una esperanza de vida superior, las personas deben estar más tiempo medicalizadas y eso se acentúa en las últimas etapas de la vida. Asociamos vejez con medicalización y, por ende, con fragilidad. Y este término, que ni mucho menos es común a todo el colectivo, acaba instalándose sin quererlo en nuestra psique como un cliché negativo más.
Sin embargo, no debemos convertir el concepto de fragilidad en un nuevo motivo de discriminación hacia las personas mayores, ya que no solo es injusto, sino que este concepto que va ligado a la Geriatría es una dolencia reversible o, cuanto menos, que se puede tratar. La fragilidad no los define porque es circunstancial.
Otra aspecto interesante que este mismo equipo de investigación de Yale –liderado por la profesora Becca Levy– descubrió es que el edadismo no solo tiene efectos negativos en aquellos mayores que lo padecen, sino que el simple hecho de asimilar estos estereotipos ya condicionan nuestra salud futura.
Es decir, la discriminación por edad y los prejuicios que podamos tener nos hacen más proclives a afecciones de salud mental como la depresión e incluso deviene en una esperanza de vida más corta.
Quizá esta sea una razón más para darnos cuenta de la dimensión de esta problemática, que no solo es una forma de maltrato directa o una negación de los derechos de las personas más fundamental, sino que también nos condena a medio y largo plazo, empeorando nuestro bienestar físico y mental.
Al final, de tanto generalizar, el edadismo nos ha alcanzado a todos.