EDITORIAL
Cuando un país envejece
El problema es no sacar partido al envejecimiento de la población y no atender a las múltiples oportunidades que puede brindarnos
España entera se alarmaba, a pocas semanas de terminar 2014, cuando los principales medios de comunicación se hacían eco de una noticia: los datos del Instituto Nacional de Estadística pronostican que 2015 será el primer año en que el número de defunciones supere al de nacimientos en nuestro país. Así, en frío, sin entrar en intensas valoraciones, la información adquirió un tono de alerta roja, de holocausto, de preocupación general por imaginarnos a España como un país habitado solo por personas mayores. Pero antes de echarnos las manos a la cabeza y valorar este hecho como dramático, ¿por qué no reflexionar sobre cómo hemos llegado a este punto?
Hablar de la “crisis demográfica” es uno de los temas estrella de actualidad desde hace algún tiempo. Es cierto que algunas comunidades autónomas -debido a sus características sociales- han tomado la voz cantante y han insistido más en no dar la espalda al descenso de la población y, en consecuencia, al aumento del envejecimiento. Han unido sus fuerzas en pro de sus intereses comunes con el propósito de llamar la atención del Gobierno central sobre esta materia. En definitiva, dichas regiones más afectadas por este fenómeno piden ayuda a gritos para poder hacer frente a los costes de los cambios que están transformando su población. No pueden sufragar los efectos que sobre ellas está teniendo esa terrible crisis demográfica y reclaman un pacto estatal por la demografía.
Si cambiamos de óptica y atendemos a otras posturas sobre este tema tan candente podemos, como se dice comunmente, darle la vuelta a la tortilla. Y es que el envejecimiento demográfico es, para muchos, un triunfo, un resultado natural y social de haber hecho bien las cosas. Es cierto, evidentemente, que antaño se registraban más nacimientos pero también lo es que la esperanza de vida no llegaba a los 40 años -dato, por cierto, mucho más alarmante que el que acaba de publicar el INE que ha revolucionado nuestro país-.
Ahora las personas viven (vivimos) más, disfrutamos más, tenemos mejor calidad de vida... Entonces, ¿dónde está el problema? Pues el problema está en no sacar partido a este fenómeno y no atender a las múltiples oportunidades que puede brindarnos este envejecimiento. Y es que, aunque esta última reflexión pueda parecer extraída de un libro de autoayuda, para aquellos que se dejan llevar por los malos augurios sería recomendable, que no lo analicen todo desde un prisma catastrofista, porque eso es lo que nos impedirá ver lo positivo. Asumamos, pues, el envejecimiento como una evolución natural y aprovechémonos de ello, lo que no quiere decir, en ningún caso, usufructear los derechos reconocidos de los pensionistas y de las personas dependientes, como algunos miembros de la clase política han entendido.
Hablar de la “crisis demográfica” es uno de los temas estrella de actualidad desde hace algún tiempo. Es cierto que algunas comunidades autónomas -debido a sus características sociales- han tomado la voz cantante y han insistido más en no dar la espalda al descenso de la población y, en consecuencia, al aumento del envejecimiento. Han unido sus fuerzas en pro de sus intereses comunes con el propósito de llamar la atención del Gobierno central sobre esta materia. En definitiva, dichas regiones más afectadas por este fenómeno piden ayuda a gritos para poder hacer frente a los costes de los cambios que están transformando su población. No pueden sufragar los efectos que sobre ellas está teniendo esa terrible crisis demográfica y reclaman un pacto estatal por la demografía.
Si cambiamos de óptica y atendemos a otras posturas sobre este tema tan candente podemos, como se dice comunmente, darle la vuelta a la tortilla. Y es que el envejecimiento demográfico es, para muchos, un triunfo, un resultado natural y social de haber hecho bien las cosas. Es cierto, evidentemente, que antaño se registraban más nacimientos pero también lo es que la esperanza de vida no llegaba a los 40 años -dato, por cierto, mucho más alarmante que el que acaba de publicar el INE que ha revolucionado nuestro país-.
Ahora las personas viven (vivimos) más, disfrutamos más, tenemos mejor calidad de vida... Entonces, ¿dónde está el problema? Pues el problema está en no sacar partido a este fenómeno y no atender a las múltiples oportunidades que puede brindarnos este envejecimiento. Y es que, aunque esta última reflexión pueda parecer extraída de un libro de autoayuda, para aquellos que se dejan llevar por los malos augurios sería recomendable, que no lo analicen todo desde un prisma catastrofista, porque eso es lo que nos impedirá ver lo positivo. Asumamos, pues, el envejecimiento como una evolución natural y aprovechémonos de ello, lo que no quiere decir, en ningún caso, usufructear los derechos reconocidos de los pensionistas y de las personas dependientes, como algunos miembros de la clase política han entendido.