El documento, que supuestamente tendrá que estar finalizado en enero de 2011, recogerá las líneas estratégicas que sirvan de nexo de unión entre los dos sistemas, y también contendrá una serie de referencias a todas las experiencias que ya se están llevando a cabo en algunas comunidades y que servirían como modelo para su generalización.
Es difícil señalar qué sorprende más, si que ésta sea la única propuesta del Gobierno para impulsar la tan solicitada coordinación sociosanitaria, o que haya sido la principal conclusión a la que se llegó durante la primera reunión institucional que celebraron de forma conjunta los consejeros de sanidad y de política social, un encuentro que, a priori, prometía mucho.
Encontrar un modo de cohesionar el sistema de salud y el de atención social es una tarea compleja, sobre todo teniendo en cuenta los años de retraso que llevamos en este sentido y que sólo han servido para que estos ámbitos se hayan distanciado cada vez más, trazando sus trayectorias de forma individual, con sus virtudes y sus imperfecciones, pero cada uno desvinculado totalmente del otro.
En este contexto, redactar un compendio de buenas prácticas e iniciativas relevantes que ya se están realizando, no nos llevará a ninguna parte. Sólo conseguiremos perder, como mínimo, un año más, que es lo que tardará en estar listo el Libro, realizar una inversión innecesaria -porque hay que destinar un presupuesto para la comisión encargada de la redacción, para las reuniones, etcétera-, y aportar más argumentos a quienes opinan que el Gobierno no sabe cómo gestionar las políticas sociales.
Hablar de coordinación sociosanitaria implica definir actuaciones conjuntas para ambos sistemas, establecer órganos comunes de gestión, un sistema de financiación integrado -que evite duplicar gastos y hacer inversiones innecesarias-, y, sobre todo, crear un único modelo de gestión. Es decir, no se trata de abrir una tercera vía que sirva de nexo de unión de ambos sistemas, sino de establecer un único canal que controle y resuelva todo lo que sucede en los ámbitos sanitario y social. De esta forma, gestionaremos mejor los recursos que tenemos, optimizaremos las inversiones realizadas y conseguiremos ofrecer una atención adecuada a las necesidades de cada ciudadano.
Sanear las listas de espera en sanidad, desatascar las urgencias, reducir el excesivo gasto que se hace en medicamentos, especializar y mejorar la atención a los mayores y a los dependientes, implicar al sector privado en una tarea para la que tienen medios y recursos… Todo esto sería una realidad si se impulsase la coordinación sociosanitaria. Tanto se ha disertado y discutido sobre el tema que ya parece una utopía, pero no lo es, muchos países europeos tienen años de experiencia en este ámbito, y si otros gobiernos han sabido poner en marcha ese engranaje, ¿por qué el nuestro no?
Siempre nos quedamos en buenas intenciones, por eso hacemos libros blancos y publicamos manuales de buenas prácticas que dejen constancia de que la teoría nos la sabemos. Pero todo queda ahí, los que gobiernan utilizan el tiempo futuro: “vamos a poner en marcha”, “impulsaremos”,… Y los que están en la oposición utilizan el condicional: “nosotros pondríamos en marcha”, “nosotros impulsaríamos”,… Y luego, para justificar su paso por el ministerio de turno, reúnen esas iniciativas en un manual, al que ponen la portada blanca (que sugiere buenos propósitos) y lo colocan estratégicamente en la estantería de las promesas políticas que se quedaron a medio camino, eso sí, en una balda que se vea bien, porque el libro blanco indica que la intención de sacar adelante el proyecto era firme, aunque al final, no pudo ser… Quizás en otra legislatura.