Alzheimer: Diagnosticar, tratar y registrar

El Alzheimer “no solo afecta a la memoria, sino también a la identidad y a la autonomía”. Esta frase, que pronunció, recientemente, en el Senado, la presidenta de la Comisión de Sanidad de la Cámara Alta, María del Mar San Martín –durante la jornada de lectura del llamado ‘Pacto por el Recuerdo’ de Ceafa–, resume bien lo que implica esta enfermedad y hasta dónde extiende sus brazos. El Alzheimer no solo supone la pérdida de recuerdos, también de la conciencia, de aquello que configura nuestros rasgos como individuo, lo que nos caracteriza o nos hace únicos frente al resto. Además, estas carencias provocan nuevas carencias, como la falta de autogobierno, lo que deriva en la total dependencia de otras personas, cuidadoras a partir de ese momento.
El Alzheimer es una alteración de todo: del tiempo, del espacio físico, de lo que concierne a la propia moral y a lo espiritual, a lo intelectual, y también de los individuos que orbitan a su alrededor. Por tanto, cuando hablamos de enfrentarnos a esta enfermedad, hacemos bien en utilizar el plural.
En el citado pacto, hay tres puntos destacados para esta lucha colectiva: mejorar el diagnóstico precoz, conseguir un acceso equitativo a los tratamientos y elaborar un censo oficial.
Este último, reclamar un registro nacional, no es una cuestión menor, al revés, debería ser un requerimiento mínimo para saber con precisión cuál es el alcance real de esta enfermedad.
Se estima que hay más de 800.000 personas con Alzheimer en España, y que cada año se diagnostican alrededor de 40.000 nuevos casos; pero la Sociedad Española de Neurología (SEN) reconoce que entre el 30 y el 50% de las personas que padecen algún tipo de demencia no llegan a ser diagnosticadas formalmente.
El censo nos permitiría comprender mejor el impacto del Alzheimer, pero también conocer en profundidad el perfil de las personas que lo padecen (su edad, sexo, ubicación, condiciones socioeconómicas, otras patologías…). Hoy contamos con un documento que la propia Ceafa elabora gracias a una subvención del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, pero necesitamos números y estadísticas oficiales para poder gestionar correctamente los recursos y prepararnos para los otros dos puntos de la ecuación: el diagnóstico y los tratamientos.
Para este cometido, el presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, José Augusto García, insistió en ese mismo acto en la necesidad de una “visión transversal”. Sin duda, la transversalidad es una de las claves y, como tal, no debe quedarse en un concepto hueco que repetir en los congresos; porque es la fórmula para mejorar el diagnóstico: desde las consultas del médico de familia (donde se valoran las primeras quejas cognitivas), desde la psiquiatría y psicogeriatría, desde los servicios de neurología (con sus centros de memoria o unidades de cognición)… y junto con los avances que ya están aquí y que cambian las resonancias, el PET o pruebas agresivas como la punción lumbar por un análisis de sangre que acelera los procesos para empezar cuanto antes con el tratamiento. Precisamente, en lo que concierne al tratamiento, se está gestando un cambio de paradigma. La Agencia Europea del Medicamento aprobó, a finales del año pasado –aunque la Comisión Europea, que debe dar la luz verde definitiva, todavía no tiene una mayoría cualificada para su aprobación–, el Leqembi (lecanemab), nuevo medicamento para retrasar los síntomas del Alzheimer. Dicho tratamiento, y otros que están en vía de admisión, promete ralentizar la enfermedad de aquellas personas con deterioro cognitivo ligero.
No obstante, la verdadera revolución (si se aprobase su comercialización) será preparar el terreno, todo un desafío para nuestro sistema de salud. De aquí a cuando eso suceda, deberemos crear un protocolo de actuación y organizar un sistema que implicará a todas las instituciones y Administraciones públicas de salud. Se trata de visualizar un futuro en el que el Alzheimer se diagnostique y se trate cuando apenas haya síntomas, a edades más tempranas, para alargar la calidad de vida a las personas.
Esta tranformación pasa también por abandonar ciertos prejuicios sobre la enfermedad, que no es una consecuencia de envejecer, y entender que una actitud activa en nuestro estilo de vida es crucial para esquivarlo o, al menos, demorar su llegada.
El Alzheimer no es un proceso de degeneración natural, es una enfermedad y, como tal, se podrá curar. Mientras esperamos ese día, debemos de aprender cuál es la mejor forma de detectarla y de convivir con ella.