miércoles, 5 febrero 2025
EDITORIAL

Un año

Un año. Se cumple un año desde que la pandemia de la Covid-19 irrumpió en nuestro país. Algo más de 12 meses, si nos atenemos al primer caso registrado en España, allá por el 31 de enero de 2020 [...]
Un año. Se cumple un año desde que la pandemia de la Covid-19 irrumpió en nuestro país. Algo más de 12 meses, si nos atenemos al primer caso registrado en España, allá por el 31 de enero de 2020. En ese tiempo, el coronavirus ha terminado por acapararlo todo, condicionando cada paso que damos y deteriorando aquello que toca: nuestra vida, literalmente.

España ha sido uno de los países europeos más afectados. No obstante, nuestro territorio muestra unas características propicias para un virus como el SARS-CoV-2, con una tasa de envejecimiento que, precisamente en 2020, registró su máximo histórico: tenemos 125,7 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16 años.
Otro aspecto que también ha podido remar a la contra es el haber desoído la recomendación de la ONU, en 2015, de fortalecer la Atención Primaria (todavía muy debilitada), y que denunció Amnistía Internacional en un informe reciente. 

Por su puesto, tampoco ha ayudado a las arcas del Estado el modelo económico español, centrado en exceso en torno al turismo.

Solo hay que repasar las cifras para entender la magnitud de esta pandemia.Tras 365 días, la Covid-19 había causado en la península más de 58.000 fallecidos –al cierre de esta edición, son ya 68.813 muertos y más de 3,1 millones de contagios–. Además de la tragedia humana, el virus también ha sido letal en lo económico: desplome del PIB por encima del 11%, y caída del turismo, las pernoctaciones, el comercio y las exportaciones.

Sin embargo, aunque esta efeméride pueda servir para la reflexión de lo que está sucediendo, todavía es pronto para hacer una valoración final. Igual que los rebrotes no se esfumaron con las 12 uvas (más bien, lo contrario), tampoco ahora podemos pensar que esta crisis sanitaria ha terminado. Decía el mítico periodista deportivo José María García que “el tiempo es ese juez insobornable que da y quita razones”, y solo esa perspectiva temporal nos permitirá tomar distancia y sacar conclusiones.

Mientras tanto, tras las más de 8.760 horas de Covid a nuestras espaldas, al menos ya podemos extraer lecciones: algunas negativas y otras más positivas (dejaré estas últimas para el final).

Nos hemos acostumbrado a la tragedia. Es una de las notas más tristes que nos deja esta pandemia. Las cifras diarias de muertos, y los numerosos problemas sociales y económicos que ocasiona la Covid-19, nos han insensibilizado, llegando hasta el punto de normalizar una situación que obviamente no lo es, pero que la percibimos como tal. 

Esta ‘nueva normalidad’ que estamos asimilado viene, además, con elementos que ya forman parte de nuestra realidad diaria, como lo fue el confinamiento total en la primera ola, y lo es ahora el permanente estado de alarma, las mascarillas, los toques de queda, los cierres perimetrales y demás restricciones que nos impiden ir al bar, al cine o reunirnos con familiares y amigos, ahora llamados no convivientes. 

Otra consecuencia que trae la Covid-19 es la desatención a otras enfermedades, como podría ser el cáncer. La ‘interferencia’ de la pandemia empieza a retrasar los diagnósticos y podría, incluso, repercutir en los fondos que se destinan a la investigación. 

En la otra cara de la moneda están las vacunas. Hay que decirlo alto y claro: son efectivas. No solo los expertos y epidemiólogos de todo el mundo han asegurado que se ha seguido el protocolo habitual para contrastar su eficacia y seguridad, sino que así lo demuestran los datos que conocemos hasta ahora. En Israel, el país que, proporcionalmente, ha vacunado a más población, el número de infecciones está disminuyendo de forma significativa y, en especial, entre las personas mayores de 60. También estamos viendo sus efectos en España, con una situación mucho más estable en las residencias. Así que no se dejen llevar por el discurso negacionista que, a estas alturas, ya tiene un valor similar al de las teorías y conspiraciones terraplanistas.

Se decía que, de la pandemia, saldríamos mejores o más fuertes y es más que probable que no sea así. Sin embargo, sí que deberíamos salir más preparados. 

El país debe tomar buena nota de lo que está pasando y, en este sentido, puede que haberle visto las orejas al lobo sea esta vez decisivo. Quizá así, la próxima vez que asomen, ya no nos asusten tanto.

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Redacción EM
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Información elaborada por el equipo de redacción.

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