miércoles, 5 febrero 2025
InicioOpiniónMorirse de viejo
EDITORIAL

Morirse de viejo

Hace muchos años, era habitual utilizar la expresión ‘morirse de viejo’ [...]
Hace muchos años, era habitual utilizar la expresión ‘morirse de viejo’, que era lo que decíamos cuando fallecía una persona mayor por causas “naturales”. En realidad, siempre había un motivo detrás, pero muchas veces atribuíamos la muerte a los propios achaques de la edad, sin una mayor causa aparente que la propia vejez. 
En la actualidad, conocemos las enfermedades que pueden originar o provocar esos fallos irreversibles en el organismo. Y aunque la senectud pueda influir, ya nadie se muere de viejo. ¿Nadie?

Los líderes regionales y locales europeos que se reunieron en Logroño a finales de junio, y que forman parte de la Comisión Sedec del Comité Europeo de las Regiones, parecen decirnos que Europa se muere de vieja. Algunos de los presidentes autonómicos que acudieron a la reunión como Javier Lambán Montañés (Aragón),  Alberto Núñez Feijóo (Galicia) y José Ignacio Ceniceros (La Rioja) reclamaron a la Unión Europea medidas específicas para resolver el problema que plantea el envejecimiento de la población y el éxodo rural. El mundo occidental tiene un gran obstáculo a sortear y utiliza el eufemismo de ‘reto demográfico’, cuanto se corre el riesgo de que acabe en catástrofe.

Si nos fijamos en España, los datos no dejan margen de duda. Nuestro país es cada vez más longevo. La esperanza de vida de los españoles ha mejorado en el último siglo a un ritmo de cuatro años por década (diez horas cada día). El promedio de vida es de 82,8 años, lo que significa que estamos en el podio mundial de la longevidad, solo por detrás de Japón, Suiza y Singapur.

Sin embargo, en 2017, el número de fallecimientos en España superó al de nacimientos. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial tenemos un crecimiento vegetativo negativo: un total de 31.245 personas menos en el país. La situación es preocupante, según Alejandro Macarrón Larumbe, autor de ‘Suicidio demográfico en Occidente y medio mundo’, en 2100 la población española se reducirá a la mitad y perderá dos tercios de su población activa actual. 

Cada vez somos menos y más viejos, y esto afecta a muchos niveles. Según Macarrón Larumbe, Occidente perderá mucha influencia internacional debido a esta caída demográfica. Además, sus países lo formarán sociedades más empobrecidas, con escasez de mano de obra y una pérdida de competitividad en I+D.
 Reuniones como la de Logroño no solo son necesarias, sino que empiezan a tener un carácter de urgencia. Núñez Feijóo, que gobierna en la envejecida comunidad de Galicia, apuntó por ejemplo que “la demografía influye en todo: en el crecimiento, en la sostenibilidad de las pensiones, en los sistemas sanitarios y en la cohesión territorial”. 

Fue en esta última cita donde se volvió a insistir en lo importante que es dar un golpe de timón a la estrategia a medio plazo. ¿Cómo es posible –como denunciaron en La Rioja– que las nuevas propuestas de la Comisión Europea para los reglamentos de los fondos estructurales no incluyan suficientes referencias a los desafíos demográficos? 

Las secuelas del cambio demográfico no solo son una amenaza futura, sino que son evidentes y palpables hoy en día. Sin irnos más lejos, en España, esta crisis afecta sobremanera a las regiones rurales, con las tasas de natalidad más bajas y la población joven huyendo hacia las grandes urbes.

El viejo continente, como señaló Feijóo, “es más viejo que nunca”. Puede que estemos a tiempo de mitigar sus consecuencias, pero quién sabe si de evitar esa vieja expresión, la de morirnos de viejos.

Lo más visto

Redacción EM
Redacción EM
Información elaborada por el equipo de redacción.

Más información