Después de la DANA
Al cierre de esta edición, la cifra de fallecidos en España por el paso de la DANA asciende ya a 222 personas, la mayor parte pertenecientes a la Comunitat Valenciana, donde la gota fría ha causado más estragos. Además, todavía pesa la incertidumbre por los centenares de personas desaparecidas, a las que se sigue buscando entre el lodo y los escombros, entre los túneles y garajes anegados, y entre los cientos de coches destrozados que se agolpan a lo largo y ancho de las calles y carreteras arrasadas.
Una de las imágenes más duras que nos deja la DANA son las acaecidas en el Centro Residencial Savia de Paiporta, en la que la riada inundó uno de sus salones, y en la que seis personas mayores perdieron la vida a pesar de los esfuerzos sobrehumanos de las personas trabajadoras del centro, que trasladaron a la mayoría de residentes a la segunda planta. Lo hicieron a hombros, subiendo y bajando las escaleras por la imposibilidad de usar el ascensor, y hasta que el nivel del agua y su virulencia hizo imposible rescatar a nadie más.
Los vídeos y fotografías de la devastación en Aldaya, Torrent, El Castellar, Alfafar, Sedaví, Masanasa, La Torre y Paiporta –también en Letur (Albacete) o Mira (Cuenca)–, que todos hemos visto estos días en las redes sociales, los telediarios y periódicos del país, reflejan, sin necesidad de palabras, la magnitud de la tragedia. Una dimensión que también comprobamos por la excepcional respuesta ciudadana: con miles de personas voluntarias organizando recolectas de ropa y alimentos, acudiendo a las zonas afectadas para ayudar en las tareas de limpieza o a profesionales de diversa índole que, de forma desinteresada, prestaron sus servicios y echaron una mano allí donde se necesitaba.
Por desgracia, los efectos de esta DANA tardarán en desaparecer, tanto por las vidas que ya se ha cobrado como por los numerosos daños materiales y de infraestructura que ha ocasionado en la zona. En la provincia de Valencia, por ejemplo, se estima que aproximadamente 4.500 comercios han sufrido daños por el temporal, y unos 1.800 de estos han quedado completamente destrozados. El temporal ha tenido unos efectos catastróficos para diversas actividades económicas, no solo en el sector servicios, también en el agrícola e industrial, y estos revierten, de nuevo, en los ciudadanos. Es decir, puede que después de la tempestad no llegue la calma, no por el momento. Lo que apremia ahora es restablecer (en lo que se pueda) la normalidad. Podemos empezar a analizar lo sucedido, pero todavía es pronto para sacar conclusiones. No obstante, a nadie se le escapa que, pasado el desastre y restablecido el orden, habrá que comprobar las posibles negligencias que se hayan cometido y depurar responsabilidades por la gestión previa y posterior de la DANA.
Necesitaremos altura política para reconocer los errores y para que estos sucesos no se reduzcan a confrontaciones partidistas o réditos electorales. Lo sucedido es demasiado grave como para frivolizar, demasiado serio como para argumentos interesados o populistas que no hacen otra cosa que contaminar o enrarecer el ambiente.
Por supuesto, además de responsabilidad política, precisaremos también de otro tipo de altura, la de miras, que nos haga replantearnos algunas cuestiones y tomar las decisiones necesarias para que, si no se puede evitar o prevenir, al menos la próxima DANA cause el menor daño posible.
Esto significa aprender algunas de las lecciones que nos deja este suceso, y que ya deberíamos haber aprendido con la pandemia de la Covid-19: que la prioridad deben ser las personas, por encima de las empresas o de otras cuestiones económicas o políticas. Las personas.
Y quizá entender, de una vez, cuáles son las consecuencias del cambio climático y cuáles los peligros que corremos, si seguimos negándolo.