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OPINIÓN

La continuidad del cuidado familiar en las residencias

Por Pablo García Magriñá, responsable de Apoyo a la Calidad en Fundación Zorroaga y co-autor del estudio ‘Presencia familiar en una residencia de personas mayores dependientes'

10-06-2019

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Hace unas décadas, familia y residencia eran dos términos que no se podían conjugar. Los centros eran el destino de quienes no tenían una familia que pudiera atenderles. Para las familias era motivo de vergüenza y crítica social que uno de sus miembros terminara en una de estas instituciones.

La generalización posterior del uso de los centros residenciales, y su modernización, atenuó esta percepción negativa pero, aún hoy, permanece latente cierta sensación de culpa y fracaso entre las personas que ingresan en los centros y sus familias. Es, nos dicen, una decisión emocionalmente difícil. En el otro lado, para gran parte del personal de las residencias, las y los familiares siguen siendo un elemento extraño, en ocasiones crítico y exigente, ante el que hay que protegerse.

Un estudio reciente realizado en la Fundación Zorroaga de Donostia-San Sebastián ha revelado que un 34% de las 225 personas dependientes atendidas son visitadas a diario por sus familiares, algunas de ellas mañana y tarde. Otro 33% tiene dos o más visitas semanales. Es decir, tras el ingreso, la mayoría de las familias siguen pendientes de sus seres queridos, prestándoles compañía y atenciones, y jugando un papel referencial inestimable e insustituible.

La investigación confirma que los cuidados continúan teniendo rostro de mujer –tres de cada cuatro, tanto antes como después del ingreso–. Evidencia que la mayoría de las 90 familias de la muestra entrevistada ha cuidado de su familiar previamente al ingreso, en muchos casos con gran dedicación. Y ha sufrido las consecuencias derivadas de la carga de cuidar, especialmente las psicológicas. Tras el ingreso, más del 70% de ellas afirman que su situación ha mejorado. Y que se sienten más valoradas.

A los centros, las familias del estudio nos piden flexibilidad, que atendamos de manera más personalizada, con más tiempo y teniendo más en cuenta sus preferencias y deseos. También piden, para ellas, acompañamiento profesional continuo, más información de los cambios en la situación y atención de sus parientes, así como más espacios y momentos donde poder compartir experiencias en familia.

Desde los datos obtenidos y la experiencia profesional, constatamos que gran parte de las familias que llegan a los centros después de haber cuidado, desean y necesitan seguir haciéndolo. Son una gran fuente de apoyo para las personas mayores. Son testigos de nuestra actuación profesional, nos preguntan sobre ella y a veces nos interpelan.

La realidad se impone: las familias están cada vez más presentes en las residencias. En absoluto abdican de su papel.

Por todo ello, es imprescindible que reflexionemos sobre el lugar que les damos en las residencias: cómo podemos apoyarlas y facilitar su labor, cómo relacionarnos con ellas de forma que podamos desempeñar nuestro trabajo desde la colaboración, la empatía y el respeto. Si lo hacemos bien,  todos saldremos ganando. Especialmente las personas mayores.

>> La Fundación Zorroaga de Donostia analiza el papel de las familias de sus usuarios.


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