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Anatomía de los cuidados a las personas mayores

Por Salomé Martín García, directora de desarrollo Técnico de EULEN Sociosanitarios

29-05-2018

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En los últimos 30 años, hemos ido mejorando la forma en la que cuidamos a nuestros mayores y, a pesar de llevar un largo trecho recorrido, aún nos queda mucho por avanzar. Aunque reconozco que ha habido un cambio social, una mayor preocupación por realizar los cuidados de la forma más individualizada posible, teniendo en cuenta cada vez más a la persona.

El foco de atención ha ido cambiando a lo largo de los casi 30 años que llevo trabajando en el terreno del envejecimiento. Partíamos del asilo, de la beneficencia, con la magnífica labor que congregaciones religiosas habían realizado durante muchos años, cuando la sociedad daba la espalda a la realidad y, desde ahí, entre todos hemos ido construyendo y evolucionando nuestra forma de cuidar.

Comencé la especialidad de Geriatría hace muchos años, cuando era una “especialidad de futuro” y mi primer trabajo, una vez formada, fue en una residencia de personas mayores de más de 200 plazas. En ese momento, las instalaciones eran consideradas estupendas, habitaciones individuales, salas de actividades, zona de cuidados especiales para personas con mucha dependencia, era “lo más”. Echando la vista atrás, comprendo la imitación a lo sanitario, un edificio, que lejos de ser “un hogar”, se sentía frío a pesar de las fotografías, las voces, la música y los estupendos profesionales que cada día dejaban su cariño allí.

Creamos el sistema de protocolos. Ríos de tinta que trataban de crear procedimientos para todo lo que se hacía. Se establecían criterios para cambiar absorbentes, poner contenciones, asear a las personas, hacer una dieta túrmix…, se comienza a hablar de síndromes geriátricos, de caídas, úlceras por presión, nutrición y parte de los conocimientos provenientes de la Geriatría y la Gerontología se aplican en la atención a las personas mayores. También, se comenzaron a realizar los primeros planes de intervención. 

Los profesionales valorábamos, detectábamos necesidades y problemas e interveníamos con programas y procedimientos. El objetivo era rehabilitar, hacer más lento y benigno el envejecimiento. Lo fundamental era la cantidad de programas y de actividades que se hacían. Se trataba, exagerando un poco la situación, de tener los horarios llenos. Las personas mayores hacían gimnasia, psicomotricidad, entrenamiento en actividades de la vida diaria, ciclos de cine clásico, coro, costura, lectura de prensa, dibujo, talleres de adornos, etcétera.

Analizándolo en la distancia, quizá no era lo mejor, aun así, fue un gran avance en la forma de ver a las personas mayores. Se empezó a profesionalizar los cuidados y a tratar de mejorar la situación física y cognitiva de las personas, que por su situación funcional, mental y/o social, necesitaban vivir en un centro.

Comenzaron las buenas prácticas, compartiendo lo que se consideraba bien hecho, replicable y bien valorado. Se genera en ese momento un intercambio de opiniones, conocimientos y experiencias, una colaboración entre profesionales, se habla de trabajo en equipos inter, multi y transdisciplinares, se  promueve la visión de la persona mayor como un todo.  Eso sí, se sigue viendo desde fuera, desde la perspectiva del profesional que decide y hace.  Se establecen criterios para considerar lo que es una buena práctica y se promueve su creación e implantación, aparecen los libros y tratados de buenas prácticas donde se comparten las experiencias.

Ya en ese momento, y seguramente antes, los profesionales implicados detectamos que es imprescindible la coordinación sociosanitaria, y se hacen intentos aislados que son dependientes da la buena voluntad de las personas, se generan vías de colaboración entre atención primaria, hospital y residencia. Echando la vista atrás, siento una cierta tristeza al pensar que en mi época de residente de geriatría ya nos preocupaba este tema y sabíamos que era imprescindible. A pesar de lo cual se va avanzando lentamente, seguimos con la asignatura pendiente, además sabiendo que es algo indispensable para el correcto funcionamiento de la sociedad actual y futura. Los enfermos crónicos, el envejecimiento, los cuidados en las últimas etapas de la vida ya están aquí y seguimos sin abordar globalmente el tema de la coordinación sociosanitaria desde un punto de vista macro y meso y seguimos casi en la esfera de lo micro.

A partir de aquí o de forma paralela, se comienzan a implantar los sistemas de calidad basados en normas inicialmente preparadas para la industria y que se adaptan a los servicios sociosanitarios, seguramente un avance en ese momento.

Años después, se generan normas de calidad específicas para estos servicios, lo que facilita bastante algunos procesos y simplifica algunas cosas. Las normas son fantásticas en muchos aspectos, aunque generan una rigidez a veces excesiva. Se comienza con las certificaciones de calidad lo que genera documentación, unificación, registros, auditorias: demostrar que lo que se dice se hace, y se puede comprobar, se establece una burocracia que no siempre es paralela a la calidez con la que se cuida a las personas.

A la vez y provocado entre otras cosas por la normativa, generamos indicadores de calidad, a veces demasiados, intentando medir lo que hacíamos, lo que cuidábamos. Aparecen indicadores de resultado, de proceso, incluso indicadores centinela, que señalan que hay que revisar si se realiza ese proceso de forma adecuada. Seguíamos haciéndolo todo por la persona, pero sin ella. Se tardaron en consensuar estándares en estos indicadores, nos apoyábamos en experiencias de otros países y así nos podíamos comparar. 

Ocurrió lo mismo que con los procedimientos, al principio, se trabajaba y cuidaba mejor cuando se medían más cosas, cuando podías medir con porcentajes y números lo que hacías; con el tiempo se ha visto que, superados los temas fundamentales, de obligado cumplimiento en la sociedad actual, lo que proporciona realmente calidad es el trato amable y humano.

Si es cierto que medir indicadores, usar sistemas de calidad, etcétera, nos hizo darnos cuenta de lo alejados que hemos estado de unos buenos cuidados. Como ejemplo principal y no único, podemos señalar las contenciones a las personas mayores, tanto químicas como mecánicas. Pudimos y podemos comprobar todavía, su elevada utilización y lo que esos datos significan, el “darse cuenta” es el primer paso para cambiar y eso es un gran valor aportado por los sistemas de calidad y los indicadores. Esa realidad, además de muchas más iniciativas, capitaneadas originariamente por los propios mayores, han permitido tomar medidas para evitar el uso de estas contenciones no justificado en la mayoría, por no decir en el 100%, de los casos.

Seguimos avanzando en el tiempo y aparece como esencial, como lo importante y fundamental de todo lo que hacemos, “la persona”. El profesional deja de ser  el centro de todo, ahora lo es la persona a la que cuidamos.

Ya no sólo evaluamos, detectamos necesidades y establecemos planes de cuidados, ahora conocemos a la persona, sus intereses, sus expectativas, sus objetivos vitales. La autonomía y la capacidad de decidir de cada ser humano son lo esencial, lo que fundamenta la labor de los profesionales. Algo tan importante no está siendo fácil de implantar, existen detractores que incluso lo consideran imposible o innecesario. Para mi es una necesidad, indispensable en este momento y desde luego posible, no desde lo irreal, sino desde el conocimiento del día a día, que creo tener después de más de dos décadas dedicada a este trabajo.

En los últimos tiempos, aunque algunas instituciones los tienen desde hace 20 años, se han incorporado los comités de ética asistencial, alma de los servicios, que suponen un cambio de conciencia, una reflexión sobre los cuidados y sobre el modo de trabajar, que ayudan a cambiar la cultura, a deliberar sobre temas que en otro momento no se cuestionaban, en definitiva, a mejorar la calidad y calidez de los cuidados. Cuando el quehacer cotidiano, genera  un dilema sobre cuál es la actuación o decisión correcta,  se avanza, se mejora. No cuestionarse lo que se hace cada día, puede dar lugar a asumirlo como correcto sin ver otros puntos de vista y considerar como “normal” cosas que son al menos repensables.

Esperamos que estas dos tendencias –centrarnos en las personas, en su dignidad y en su vida, y los comités de ética asistencial sociosanitarios– no sean una moda pasajera y se instalen para siempre con nosotros, como forma de trabajo del día a día y que, además, nos permitan mejorar los cuidados a las personas mayores. Hay margen para hacerlo y somos responsables de ello.

Confío en que seremos capaces de seguir adelante, permitiendo que nuestros mayores sigan disfrutando de la vida, independientemente de la situación física o mental que tengan en cada momento. 

Esta ha pretendido ser una rápida disección de cómo se va avanzando, evolucionando y cambiando la forma de ver los servicios sociosanitarios a personas mayores, aun sabiendo que nos quedan asignaturas pendientes, muy serias y urgentes, como los ingresos involuntarios, la aplicación de las voluntades anticipadas adecuadas a la realidad e intereses de las personas mayores, curatelas y tutelas, trato inadecuado y coordinación sociosanitaria, quizá como las principales, aunque no únicas. Espero que estas asignaturas se solucionen antes de pasar al otro lado y empezar a ser cuidada.

Como idea final quiero destacar que la mayoría de los profesionales que nos dedicamos a las personas mayores lo hacemos con el corazón, poniendo lo mejor de nosotros mismos, sintiendo la satisfacción de cuidar a otro ser humano en un momento de vulnerabilidad propio del proceso de vivir.  Sentimos pasión por nuestro trabajo, lo que nos permite crecer como profesionales y como personas. Sigamos adelante mejorando la vida de todas las personas mayores.



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