'El silencio nos recibe. La desolación nos rodea. La belleza de la despoblación se despliega con toda su fuerza. Parece una contradicción, una paradoja. Pero es una innegable sensación de placer estético y sentimental que, a un tiempo, inocula el sentido de culpa en quien la experimenta. Nadie debería gozar de la catástrofe etnológica, de la muerte de un pueblo y de su reducción a evocadoras ruinas'.

Paco Cerdá publicó, en enero de 2017, ‘Los últimos. Voces de la Laponia española’ (Editorial Pepitas de Calabaza), un recorrido por las entrañas de la Serranía Celtibérica o lo que define como Laponia del Sur. Con un estilo narrativo impecable, el autor realiza un retrato social de gran calado que bien podía ser tenido en cuenta para su reflexión por los responsables de poner coto a la despoblación.

En sus páginas se sienten y huelen a los últimos pobladores de un mundo en extinción. En su viaje a la ‘Nada demográfica’ de 2.500 kilómetros se suceden las diatribas de vecinos aislados que viven en pueblos recónditos de Guadalajara, Teruel, La Rioja, Burgos, Valencia, Cuenca, Zaragoza Soria, Segovia o Castellón. Una inefable lectura absolutamente necesaria para entrever la soledad más solemne que late en ese destino casi vacío.

Como si hubiese recogido el testigo a Julio Llamazares que en su obra ‘La lluvia amarilla’ presentaba a Andrés, el último habitante de Ainielle, un pueblo abandonado del Pirineo aragonés, Paco Cerdá nos amplía el espectro y conocemos a Matías, a José Luis, a Vicenta, a Moisés, o a Lucía. Los últimos que también añoran a los vecinos que ya no están y se imaginan al visitante que algún día se acercará para descubrir fugazmente los encantos de la vida más recóndita.

Y como dice Julio Llamazares sobre esta obra, “hay libros que a uno le gustaría haber escrito y este es uno de ellos. ‘Los últimos’ es un viaje al corazón de las tinieblas, solo que a las tinieblas del corazón de España”.