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Mayores LGTB+: la invisibilidad y la discriminación que no cesan

I. Domato 14-11-2017

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La aceptación y la tolerancia son términos cada vez más asociados al colectivo LGTB+, algo que no ocurría hasta hace unos años. Estrictamente, LGTB significa Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales. Sin embargo, en los últimos tiempos este colectivo, en su lucha a favor de la diversidad, ha acogido a otras comunidades –intersexuales, pansexuales, asexuales, transgénero, entre otras–, lo que ha llevado a popularizar siglas como LGTB+.

UN POCO DE CONTEXTO
Las personas que ahora aunamos bajo el término “senior LGTB+” nacieron y crecieron en la convulsa España del siglo XX. Esta fue una época muy complicada en lo que a las libertades se refiere, lo que influyó notablemente en su modo de desarrollar y vivir su identidad.

Durante la Guerra Civil, el hecho de ser homosexual, por ejemplo, pudo ser determinante a la hora de decretar un encarcelamiento o ejecución. En este sentido, un caso bien conocido es la muerte de Federico García Lorca. Según justificó en su momento Ruiz Alonso, tipógrafo al que se atribuye el asesinato del poeta, uno de los motivos por los que este fue ejecutado fue precisamente por ser homosexual.

Ya durante el régimen de Francisco Franco, la persecución a la homosexualidad fue una realidad, especialmente cuando la Ley de Vagos y Maleantes fue modificada para incluir a este colectivo. En caso de ser apresados, se les internaba en un establecimiento de trabajo o colonia agrícola, se les prohibía vivir en según que lugares, debían declarar su domicilio y eran sometidos a vigilancia continua. Esta ley, junto a la de escándalo público, fue la gran arma de represión contra el colectivo LGTB+. Por tanto, existía un marco legal que amparaba la violencia cometida sobre estas personas.

Marina García Albertos, doctora en Sociología por la Universidad de Murcia que realizó en su tesis doctoral un análisis sobre vejez y homosexualidad, explica: “Las actuales personas mayores, aquellas que pasaron su adolescencia en los años 40, 50, 60 o 70 del pasado siglo, han sufrido en su juventud y madurez la prohibición de tener pareja de su mismo sexo y mostrar su identidad sexual de forma visible”. A consecuencia de esto, declara, “muchas de estas personas han aceptado su situación desfavorecida por miedo, por ignorancia o por no tener acceso a una información veraz y no discriminatoria”. La experta comenta que “lo más traumatizante ha sido interiorizar y aceptar esas reglas como naturales y universales”.

Eso sí, García Albertos aclara que había diferencias en función de si la homosexualidad se producía en hombres o en mujeres: “La represión de la homosexualidad masculina ha sido una persecución abierta y pública. El rechazo hacia el lesbianismo ha sido más sutil porque se ha efectuado en el ámbito privado, familiar”.

“Actos contra natura”, “perversión sexual”, “repugnante vicio” son solo algunos de los calificativos que se pueden ver en los expedientes del Tribunal Supremo durante el franquismo, tal y como explica Armand de Fluviá, historiador y activista LGBT+ en su obra “El homosexual ante la sociedad enferma”. Pero la descalificación y la persecución no era lo único a lo que se tenían que enfrentar estas personas, sino que además la homosexualidad se consideraba enfermedad mental. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) no retiró la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales hasta 1990. En España, durante la dictadura, se llegaron a crear centros especialmente diseñados para “curar” a estas personas. En estos enclaves se les sometía a terapias diversas, incluyendo el electroshock y la lobotomía, lo que causaba daños tanto a nivel físico como psicológico.

Ya en los años 60, España y más concretamente las grandes ciudades empezaron a abrir tímidamente su mente. En estos lugares se empezaron a inaugurar, aunque de forma disimulada, bares de ambiente. Además, en 1970, se creó el Movimiento Español de Liberación Homosexual, inicialmente llamado Agrupación Homófila para la Igualdad Sexual, la primera organización de defensa de los derechos de la comunidad LGBT+ de España. Otro cambio se produjo en ese mismo año cuando se aprobó la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, que sustituyó a la Ley de Vagos y Maleantes. Sin embargo, esta seguía condenando la homosexualidad, pues esta se incluía entre las conductas que el Gobierno consideraba peligrosas. 

Las cosas, aunque lentamente, estaban empezando a cambiar. Así, el 28 de junio de 1977, el Front d’Alliberament Gai de Catalunya convocó la primera manifestación del Orgullo Gay en Barcelona. Dado que la homosexualidad aún era un delito, la policía cargó duramente contra los asistentes. Un año después, el presidente Adolfo Suárez firmó la modificación de la ley de peligrosidad social, quedando despenalizada la homosexualidad. Aún entonces se liberaron a los últimos presos encarcelados por su condición sexual. 

Los años pasaron y España fue cambiando. Finalmente, en junio de 2005 el Congreso de los Diputados aprobó el matrimonio homosexual, convirtiendo a España en el tercer país del mundo –tras Holanda y Bélgica– en permitir este tipo de enlaces.

UNA VIDA MARCADA POR LA DISCRIMINACIÓN
García Albertos explica que en los años 50 y 60, el sexólogo Serrano Vicens ya consideraba que la “marginación de la persona homosexual, aunque sea incidental, y su denominación despectiva, conduce a la pérdida de la propia estimación”. “Las personas gais y lesbianas que hoy son mayores han vivido en tiempos oscuros y represivos y se han sentido aisladas, diferentes, perseguidas, rechazadas incluso en el seno familiar. No han tenido, en muchos casos, un modelo en quien reflejarse. Esta persecución ha impedido el desarrollo de las capacidades de muchas personas, por no decir de toda la sociedad”, comenta por su parte la socióloga.

Estas personas, declara, “se han visto obligadas a crear, para defenderse del rechazo y la discriminación, un mundo propio, irreal, oculto, siendo la lucha más difícil la llevada en la vida cotidiana. También se ha luchado de forma pública, formando parte de organizaciones defensoras de la igualdad y de los derechos humanos”. Pero a pesar de los avances en materia de tolerancia de la diversidad, “en la actualidad, las personas mayores lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, intersexuales, tienen sentimientos opuestos: por una parte se alegran de los nuevos tiempos de mayor libertad, pero, por otra, aún sienten miedo de sufrir agresiones y piensan que debe seguir luchando, que no hay descanso en la jubilación”, dice.

García Albertos considera que las personas mayores LGTB+ siguen siendo discriminadas en la actualidad por parte de la sociedad. “Las personas mayores LGTBI (Lesbianas, Gais, Bisexuales, Transgénero e Intersexuales) sufren en todo caso el rechazo que, en general, sienten las personas mayores. El haber llevado una vida de invisibilidad en su juventud les ha preparado para un posible rechazo en la madurez”. Sin embargo, apunta, “cuando existe la discriminación al colectivo se da para todas las edades por igual”.

Asimismo, la doctora en Sociología dice que las personas mayores LGTB+ carecen por completo de visibilidad. “La idea que se tiene de una persona homosexual es que es joven, que está dentro un canon corporal determinado, que se cuida con esmero y que tiene cierto poder adquisitivo. Este modelo es el que transmiten la publicidad y los medios de comunicación. Por supuesto, esto no es cierto para la inmensa mayoría de las personas y las más ancianas están aún más lejos de esa imagen, lo que supone un grado más de invisibilidad y rechazo”, aclara. 

A esto hay que sumar la existencia de discriminación en los centros de día y residencias con respecto a este colectivo. De hecho, hace unos años, la Sociedad Española de Médicos de Residencias (Semer) advirtió sobre esta problemática e incluso elaboró un documento de medidas de actuación para profesionales y familiares de usuarios de residencias para afrontar correctamente la manifestación sexual en la vejez.

García Albertos considera que la solución a esta problemática “está en ofrecer y promover una formación adecuada y eficaz a las personas que trabajan en todos los ámbitos de atención a mayores. Debemos lograr que las personas mayores LGTBI perciban que se les atiende con la debida consideración y conocimiento. No son las personas mayores quienes deben cambiar en la vejez y salir del armario y hacer el esfuerzo de visibilizarse. Por el contrario, deben ser los sistemas de atención los que apliquen y desarrollen el respeto a la diversidad, sexual en este caso, en sus planes de gestión y actividades resultantes”. Eso sí, dice que “en las instituciones responsables de la atención a mayores ya están trabajando y gestionando personas que sí expresan su identidad y orientación sexual públicamente, y, posiblemente, esta sea la mejor manera de que la igualdad de trato llegue a las personas mayores”.

LAS CONSECUENCIAS DE UNA VIDA DE REPRESIÓN
Pero, ¿en qué medida afectan todas estas vivencias de rechazo y discriminación a la posibilidad de vivir una vejez tranquila y libre? En este sentido, la experta apunta que “los sentimientos de pérdida y de sensación de soledad que tienen las personas más mayores están causadas, en gran parte, por no haber podido disfrutar de una relación de pareja de forma pública y legal y, sobre todo, de fundar una familia propia. Además, se pueden añadir las preocupaciones por las relaciones patrimoniales y de herencia, que a veces no reconocen las familias”, explica.

“Cuando existe un rechazo patente a la expresión pública de la diversidad sexual lo es para todas las edades. En el caso de las personas mayores LGTBI, el problema es mayor porque han interiorizado profundamente el mantenerse ocultas como su mejor defensa a las agresiones de cualquier tipo, grandes y pequeñas. Quizás las próximas generaciones de mayores ya no tengan que percibir que la sociedad se siente perpleja al ver a dos personas del mismo sexo besándose en público o a una persona acudiendo al centro de salud o al registro civil a solicitar el cambio de sexo. Solo entonces vivirán con naturalidad sus expresiones amorosas o identitarias, cuando nadie muestre una atención especial”, concluye.

El camino recorrido ha sido duro y, aunque las cosas han cambiado, aún queda mucho por andar. Una sociedad diversa en la que no sea preciso crear colectivos, ni celebrar días mundiales de corte reivindicativo parece algo casi inalcanzable. Pero inalcanzable también parecían la despenalización de la homosexualidad y la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. Llegará un día en el que el “orgullo” será un sentimiento universal.





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