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Mariano Sánchez / Director de la Cátedra Macrosad de Estudios Intergeneracionales de la Universidad de Granada

'Debemos plantearnos que nuestros entornos sean amigables con las personas, con todas las personas'

El director de de la Cátedra Macrosad aporta una perspectiva a este tema que no se debe pasar por alto, como es la discriminación por edad que se ha acentuado más, si cabe, durante la pandemia: “La Covid-19 no ha sacado a la luz nada porque ese edadismo lo teníamos delante”, asegura

M.S. / EM 07-06-2021

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Pregunta.- Afirmaba usted en una entrevista que “para que una sociedad exista, se necesita una conexión entre las sucesivas generaciones”. Con este punto de partida, ¿diría que en España esa conexión entre generaciones es equilibrada?

Respuesta.- La conexión a la que me refería no necesita fundamentalmente de equilibro sino de existencia y apertura al cambio. Una sociedad no es mejor porque proteja de igual modo a unas personas que a otras sino porque es capaz de atender a cada persona según sus necesidades y capacidades específicas. De hecho, cuestiono que exista realmente algo que se pueda denominar “los mayores”; lo único que hay son “personas” que, es cierto, se encuentran en distintos momentos de su trayectoria vital y que está conectadas con ancestros, con personas coetáneas y con quienes han de venir. Nadie puede saber si se protege del mismo modo a “los mayores” que a “las personas más jóvenes” porque, como digo, ese lenguaje no sirve; lo cierto no es que haya “mayores” y “jóvenes” sino que todas las personas estamos interconectadas con otras personas en diferentes ejes temporales. Nos hace falta añadir un poco más de complejidad a nuestros análisis y lenguajes.

P.- De cara a impulsar la convivencia de todas las generaciones en la misma sociedad, es decir, de construir una sociedad inclusiva para todos, ¿qué pasos deberían dar las Administraciones públicas en este sentido?

R.- No puedo generalizar porque hay Administraciones como el gobierno de Extremadura que está demostrando una apuesta explícita y concreta por las relaciones intergeneracionales mientras que muchas otras supongo que ni conocen la cuestión ni seguramente les parezca relevante; pero lo cierto es que no tengo datos como para afirmar nada de eso. Como en todo en la vida, un primer paso a dar sería mirar alrededor y preguntarse cómo está funcionando las cosas, cómo viven las personas y qué tipo de conexión existe entre ellas, sus deseos, sus necesidades y los sistemas públicos de actuación. En este contexto, el segundo paso podría ser preguntarse si las formas de actuar de una Administración concreta están básicamente dedicadas a conectar e interrelacionar o más bien se siguen abordando las actuaciones de modo fragmentado, en términos de políticas ensiladas en un montón de silos. En tercer lugar, desde luego, esa hipotética Administración de la que hablo podría plantearse abrirle un hueco a la perspectiva de trabajo intergeneracional en sus prácticas, sistemas de toma de decisión y, sobre todo, en sus actuaciones concretas, esas que verdaderamente tocan las vidas de las personas. Pero si no se tiene, antes, una visión clara sobre la evidente interconexión de lo real, de poco servirá adoptar la intergeneracionalidad.

P.- ¿En qué medida la intergeneracionalidad puede suponer una oportunidad? ¿Apuesta España por la puesta en marcha de iniciativas que reúnan a varias generaciones?

R.- La intergeneracionalidad solo puede suponer una oportunidad si se entiende de qué estamos hablando y si se le abre un espacio de manera inteligente y sostenida en el tiempo. Las relaciones intergeneracionales existen y existirán; no necesitan de nadie para ello, son algo natural. Ahora bien, de lo que estamos hablando aquí es de promover intencionadamente esas relaciones, de facilitar que se produzcan. Aquí sí podemos hablar de oportunidad para coser tanto tejido social roto y rasgado como tenemos; la singularidad es que el trabajo intergeneracional cose en el tiempo, entre tiempos. Con respecto a su segunda pregunta no puedo afirmar que España esté apostando por nada en este ámbito; es más, me cuesta imaginar dónde podría encontrar un ejemplo de algo por lo que estemos apostando como sociedad, no sé a dónde mirar para verlo. De lo que sí soy testigo en mi trabajo diario es de la existencia de muchas iniciativas —pequeñas, medianas y grandes— emprendidas por una diversidad enorme de actores —por ejemplo, Macrosad, la sociedad cooperativa andaluza con la que colaboro estrechamente— que están real y honestamente convencidos de la importancia de conectar generaciones y, lo que es mejor, están llevando a la práctica todo aquello que pueda favorecer tal conexión.

P.- ¿Considera que la irrupción de la Covid-19 ha sacado a la luz ese poso de edadismo que sigue existiendo y que debería erradicarse? ¿Por dónde comenzar a invertir esta tendencia?

R.- Aquí sí que percibo algo con más claridad. La Covid-19 no ha sacado a la luz nada porque ese edadismo lo teníamos delante; lo que ha pasado es que el tremendo dolor, la insoportable cantidad de muerte y el enorme sufrimiento por el que estamos pasando nos ha ayudado a abrir un poco más los ojos y disminuir un poco y tan solo por un tiempo nuestra ceguera. Mi hipótesis es que el edadismo va a existir mientras nos empeñemos en utilizar la edad cronológica como moneda de cambio —a veces, la única— en tantos y tantos procesos sociales. Cuando en español decimos “Tengo X años”, en realidad lo que deberíamos decir es que “X años me tienen a mí” porque muy a menudo somos marionetas de un pésimo y reduccionista entendimiento de lo que supone la dimensión temporal de la vida humana. El analfabetismo funcional —por encima del absoluto— en este sentido está muy, muy extendido.

P.- La pandemia también ha puesto en el centro del debate un fenómeno que afecta a las mayores: la soledad no deseada. ¿Pueden los programas intergeneracionales contribuir a paliar los efectos del aislamiento que viven muchos senior?

R.- Claro que sí, claro que sí. Está demostrado sobradamente. Pero es importante aclarar que esos programas —al menos, algunos de ellos que están bien planteados e implementados— no palían el aislamiento por su carácter generacional sino por su naturaleza “inter” —me refiero a las 5 primeras letras de la palabra intergeneracionalidad—. Lo que nos salva de una soledad y de un aislamiento deletéreos son las relaciones de aprecio y amor con otras personas significativas. Y eso se puede lograr a través de un encuentro intergeneracional o mediante el acercamiento de personas de una misma generación. Lo que sucede es que un buen programa intergeneracional vive por y para las relaciones, y por ello no necesita hacer ningún esfuerzo para colocar la interdependencia, lo “inter”, en su centro; cuando alguien no solo dice sino que siente que su felicidad depende desesperadamente de conectarse con otra persona que está dolorosamente sola o aislada es señal de que estamos en el buen camino, en el único camino diría yo que nos puede salvar.

P.- Y hablando de otros beneficios, ¿puede favorecer la intergeneracionalidad el impulso del envejecimiento activo? Es decir, contribuir a que los mayores se sientan una parte más activa de lo que la sociedad a veces les hacemos sentir.

R.- Debo admitir que cada vez me gustan menos esas etiquetas que utilizamos para distinguir tipos de envejecimientos: activo, óptimo, saludable, satisfactorio, productivo, etc. Nos hemos concentrado en los adjetivos y parece que nos hemos olvidado del sustantivo. De hecho, es lo que sucede con “los mayores”: el adjetivo ha ganado tanta importancia que el sustantivo “personas” ha desaparecido. Por centrarme en la pregunta, yo diría que una intergeneracionalidad adecuada —y no cualquiera— es indispensable para envejecer bien, incluso para envejecer, a secas. No me puedo imaginar a nadie haciendo un intento por vivir la vida tratando de esquivar el cruce con personas de otras generaciones; lo que algunas personas estamos intentando con nuestro trabajo diario —en nuestro caso desde la Cátedra Macrosad de Estudios Intergeneracionales de la Universidad de Granada— es aprovechar ese hecho inesquivable y convertirlo en una virtud, en fuente de valor, belleza y bondad. Unas relaciones intergeneracionales de calidad nos pueden ayudar a envejecer mejor a lo largo de toda la vida, no solo cuando somos tratados como “mayores”.

P.- En términos generales, ¿cuáles cree que deberían ser aquellos pilares que sustenten una sociedad y un entorno –sea este ciudad o cualquier espacio– amigable con las personas mayores?

R.- De entrada yo diría que debemos plantearnos que nuestros entornos sean amigables con las personas, con TODAS las personas. Y a continuación, en cuanto al método para lograr ese fin, podemos trata de ver cuáles pueden ser las dimensiones propias de una vida feliz que habría que atender en ese tipo de entornos. Una de esas dimensiones es el paso del tiempo en nuestras vidas, y ahí es donde nos preguntaríamos por la amigabilidad hacia las personas dependiendo de sus trayectorias y experiencias temporales. Lo que trato de decir es que me parece un error de método arrancar con el concepto de amigabilidad “con las personas mayores” —o centrarnos solo en él— porque corremos el riesgo de seguir separando a esas personas del resto —aunque en todos los documentos lo que se venga a decir sea justo lo contrario—. Que yo sepa, una persona no escoge sus amistades por la edad que tienen sino por la afinidad o por el tipo de vínculo que existe con ellas. Lo que habría que hacer es fomentar los espacios y lugares donde hacer amigos y amigas de todo tipo, de todas las edades, de todos los géneros, de todas las etnias, de todas las capacidades, fuese algo natural, fácil y prioritario.



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