Pregunta.- ¿Por dónde empezar a trabajar en esta era post Covid-19 que se presenta en el sector de atención a los mayores?

Respuesta.- Para mí ese punto de partida debería ser que las residencias no han fallado. Sencillamente se ha esperado de ellas algo para lo que no estaban diseñadas ni dotadas. Para convertirse en centros de confinamiento sectorizables. Si partimos de ese punto, podemos discutir si es necesario incorporar nuevas funciones a las residencias, sabiendo en cualquier caso que eso supondrá incrementar su coste.

P.- Ha hecho referencia a que quizá no sea necesario romper con el modelo actual, sino llevar a cabo una verdadera integración sociosanitaria pero, ¿cómo alcanzar este reto?

R.- No creo que haya que inventar nada nuevo, sino tomarnos más en serio los esfuerzos que se llevan haciendo en los últimos años. Creo que la integración sociosanitaria siempre ha chocado con la falta de ambición desde el punto de vista presupuestario. Si las residencias son el sustituto del hogar de los residentes, hay que preparar a la sanidad para que ofrezca a esos mayores dependientes la atención que les ofrecería si viviesen en sus casas, aprovechando la ventaja de tenerlos juntos. Llevamos 30 años hablando de ‘sociosanitario’. La pandemia puede ser la excusa para ser valientes y poner en marcha eso de lo que tanto hemos hablado. No hace falta inventar demasiado.

P.- ¿Qué otras líneas considera que debería seguir el sector residencial en estos momentos?

R.- En el sector geroasistencial hay mucho talento y, hasta hace unos meses, mucho interés inversor privado. Como consecuencia, ya se estaba produciendo algo muy positivo que es el surgimiento de diferentes tipos de residencias dirigidas a personas con diferentes intereses, preferencias y, también, capacidad económica. Creo que si las diferentes Administraciones toman la atención a mayores como algo prioritario y generador de riqueza, se consolidaría un sector diverso y solvente. Algo que vamos a necesitar durante los próximos años.

P.- ¿Qué opinión le merece que la primera reacción ante la situación que han vivido las residencias haya sido alertar sobre supuestas carencias del sistema de atención?

R.- Una reacción muy humana en tiempo de catástrofe y sufrimiento es intentar encontrar un culpable. Parece que si podemos proyectar la ira contra alguien pasamos mejor la angustia. En la Edad Media alguien hubiese atacado el barrio judío y masacrando a sus habitantes culpándoles de la epidemia. Hoy no somos tan violentos, pero parece que si tu madre ha muerto en la residencia y puedes culparla a ella todo tiene más sentido. Quizás en alguna residencia se han cometido errores; de igual forma que se habrá errado en un hospital o en el despacho de algún ministro. El problema ha sido, a mi entender, que desde que la ministra de Defensa dijo eso de los “cadáveres conviviendo con residentes”, el dedo acusador señaló a las residencias sin que hubiese pruebas de que hubiesen hecho nada diferente que aquello que les ordenaban las Administraciones, sin suficientes recursos (que se les debería haber facilitado) y sin test.

P.- Volviendo al talento que tenemos en las residencias. ¿Cómo podemos preservar ese valor?

R.- Habría que analizar por qué en unas residencias ha entrado el virus y en otras no. Creo que los grandes grupos que gestionan muchos centros con protocolos comunes y han visto cómo solo unos pocos se infectaban, pueden aportar mucha información. Deberíamos detectar y difundir buenas prácticas nacionales e internacionales basadas en la evidencia. No todo lo que parece es. Creo que debemos dejar lo intuitivo de lado y abrir a que quizás hay factores que no estamos considerando y han sido importantes. Quizás no hay que romper casi nada, y solo se trata de seguir el camino ya iniciado hacia la ACP y la coordinación e integración sociosanitaria. No quería dejar de decir que hay que explorar el camino de la empatía. ¿Qué ha hecho que en unas cuantas residencias un grupo de empleadas y empelados hayan aceptado quedarse a dormir?