Pregunta.- Se habla de lo que se ha bautizado como la era post Covid-19, ¿cuál debería ser el punto de partida para trabajar juntos en la definición de esta nueva etapa que se nos presenta?

Respuesta.- En lo que respecta al tema residencial, creo que se han posicionado fundamentalmente dos corrientes: una que tiene que ver con la necesidad de medicalizar los centros de mayores, que ya viene de atrás –en los últimos 20 años se ha hecho precisamente lo contrario: pasar de centros muy basados en lo sanitario a centros como lugares para vivir–, que está más cercana a una lógica ‘sanitaria’, donde la seguridad y la salud física son lo principal; y otra, los modelos que buscan la personalización de la atención, teniendo en cuenta la biografía, los deseos, etcétera. Estos modelos que parecen que son nuevos, no lo son tanto. En la década de lo 90 en España ya hubo iniciativas de la mano de una red europea que se llamaba Saumont en torno a pequeñas unidades de convivencia, énfasis en una vida cotidiana rica en sentido y significado. Lo que pasa es que tenemos mala memoria, y se nos olvida.

P.- Por cierto, ¿cuál es, para usted, la misión de estos centros?

R.- La misión de las residencias, para mí, es maximizar la vida a pesar de las dificultades. Es decir, a pesar de sufrir una demencia o necesitar apoyos, se trata de que esa persona mayor pueda vivir. Pero maximizar la vida no significa sobrevivir, sino vivir. Con ello quiero decir que implica relacionarse, tener ilusiones y proyectos, disfrutar, ser felices, etcétera. Creo que existe una confusión porque los cuidados de Enfermería, las terapias cognitivas o los corticoides, por ejemplo, son cosas que facilitan la vida, pero que no son la vida en sí misma. Me refiero a que la atención sanitaria y psicosocial son cuestiones que facilitan la vida, o que pueden ayudar a las personas, pero no son la vida. Lo que hay que hacer es acompañar a las personas y darles apoyo para que puedan ser llevando adelante en la medida de lo posible, su proyecto de vida. No lo que a mí me parece, sino la vida que ellos desean. Los modelos que buscan la personalización se adaptan mejor a esta mirada. Los modelos más de la lógica ‘del protocolo’, más generalistas, se adaptan peor. Hay una dialéctica entre lo homogéneo y lo diverso que tenemos que solucionar. En este sentido, tampoco creo que hay un modelo único de atención centrada en la persona. Estoy por la idea de modelos distintos, todos de calidad, por supuesto.

P.- Entonces, más allá de buscar la adaptación de un modelo ajeno a nuestro país, ¿no cree que sería más eficaz confeccionar un sistema a medida de nuestras circunstancias?

R.- Esta crisis nos deja de manifiesto varias debilidades, y una de ellas tiene que ver con la coordinación sociosanitaria, que ya sabíamos que era evidente. Además, la crisis nos deja un sector muy desigual. Necesitamos revisar en profundidad los cuidados de larga duración, costos, modelos, capacidad técnica, etcétera. ¡No podemos dejar de lado los cuidados! ¡A veces creo que nos pasa lo que decía Simone de Beauvoir su libro ‘La Vejez’: “Nos negamos a reconocernos en el viejo que seremos”. Así pues, hagamos un esfuerzo, la sociedad que no cuida bien, no es una buena sociedad. He de decir que no soy partidario de un único modelo, ni de satanizar a los grandes grupos, ni tampoco lo privado frente a lo público. Creo que hay una evidente responsabilidad pública del cuidado de los individuos, y estoy a favor de ella, y puede haber empresas privadas que lleven adelante la gestión de estos centros. Pero, dicho esto, creo que tienen que ser observados y regulados por lo público. Esto no puede ser una especie de ‘sálvese quien pueda’. En este sentido, considero que tiene que haber una oferta variada de servicios que respondan a las distintas posibilidades. No creo en un único recurso, sino en varios modelos con distintas perspectivas.